Tuesday, June 28, 2011

AUTOSUFICIENCIA



Autosuficiencia, cantaba Eduardo Benavente en este vídeo grabado en casa del crítico musical Diego Manrique. Anecdotario aparte, la cuelgo porque durante años ha sido un lema personal y hoy lo considero uno de los males endémicos de nuestros tiempos; de esos que últimamente me están tocando la patata, que es mi mejor consejera. Vivimos, llenos de orgullo, la era de los Juan Palomo.

Vale, que uno se educó en la escuela del punk, del do it yourself y eso imprime carácter. Pero es que no había otra al fin y al cabo quién querría socializarse cuando lo único que te ofrecen son estudios interminables, trabajos precarios y cortarte las alas con un cuchillo llamado educación. Nadie en su sano juicio, claro está. La solución pasaba por mandar a la mierda la maquinaria de socialización. Y consciente de ello o no, eso hice. El problema es que al sacar el tapón, por el sumidero se colaron también los sentimientos de comunidad y la necesidad del otro. Llegó la hora del Lobo Estepario.

De aquellos polvos vienen los lodos en que actualmente chapoteamos. Y no creo que el mío sea un caso aislado. No hay manera de acometer la travesía por el desierto sin que te crezca un ego descomunal: La arrogancia que te repite una y otra vez que no necesitas de nadie. El orgullo de ser uno mismo frente a los demás hasta que los terminas odiando. La vida te va enviando señales, advertencias y finalmente amenazas que te dedicas a ignorar porque tu ego sigue erre que erre hasta que se rinde o te destruye. Qué le vamos a hacer, si crecí escuchando cantar a Los Flechazos aquello "Del orgullo y del recuerdo todo lo que puede salir es bueno". Ha sido complejo descubrir que no era cierto; entender que no hay nada malo en necesitar de los demás, tan solo la dificultad de tragarse el sapo del orgullo. Y que no pasa nada al pedir ayuda. Incluso, descubres que, como explicaban en clase de Fisica a cuento de no recuerdo qué, se trata de una energía que posee dirección pero no sentido.

Sunday, June 26, 2011

LO QUE SÉ DE CASAVELLA...

Jung lo llamaba sincronía; yo, una potra acojonante. Casavella, Amat y servidor en la misma página. ¡Ole!

Os lo corto/pego:

CASAVELLA: EL HOMBRE QUE ESTUVO ALLÍ


Mario Bravo


Como un regalo envenenado, la adjudicación de los Juegos Olímpicos para Barcelona inició una delirante ola de cambios y transformaciones en la urbe. Igual que un general de las SS refugiado en algún rincón de latinoamérica o de la Costa Brava, hizo un inconmensurable tranajo de maquillaje y ocultación de su identidad. Renegó de su vida social y cultural autóctona, apostando por nuevas manifestaciones que le eran ajenas, escondiendo bajo la alfombra periférica, el polvo que levantaba el tejido proletario, que impulsó su prosperidad y grandeza. Casavella estuvo allí para observarlo, sufrirlo y contarlo. O mejor dicho... denunciarlo.


Francisco Casavella... tal vez alguno le recuerden como aquel tipo que recibió el Premio Nadal con gesto de pasmo. Y murió unos meses después, a veces pienso, del disgusto de que por fin el establishment literario reconociera su labor. Al poco de morir y como no podía ser de otra manera, se celebró una fiesta en su nombre. Una juerga colectiva y popular a la que me dolió no asistir: Se había ido uno de los nuestros.


Me he negado a iniciar este panegírico con tópicos del estilo “fue el mejor cronista de la Barcelona preolímpica” o “el Juan Marsé de los ochenta”. Paso; sería traicionar su espíritu. Porque Casavella no fue un notario, ni un mero observador de aquellos años de delirio colectivo. Casavella fue un VIVIDOR. Y eso le convirtió en el mejor escritor de su momento. No exagero un ápice: solo desde la vivencia se puede escribir literatura emocionante. Toda la obra de Casavella rezuma vida y pasión. Dos conceptos que si no consideras sinónimos irás jodido. Supo entender de dónde venía y mondarse del espíritu de su tiempo. Mientras todos se maqueaban para la ceremonia del despilfarro, Casavella hizo bandera de sus raíces, de esa Barcelona que fue declarada en caza, captura y exterminio.


Acérquense, pasen y vean y disfruten... con ustedes la Trilogía del Watusi. Una obra maestra tan honesta, tan patética, tan real como la vida misma. Una descripción, en tres tiempos, de esa Barcelona en plena operación de cirugía estética que la llevaría a convertirse en putón verbenero; pero más, mucho más. Una narración sobre el crecimiento, personal y social, sin escamotear la carga de corrupción que suele implicar dicho proceso. Y monumental; monumental sin pretenderlo, como debe ser. El volumen que recoge La Trilogía del Watusi es un tocho que asusta pero, en las antípodas de lo que suele pasar con este tipo de libros, no le sobra un solo párrafo. Todo el texto vibra, fluye, conmueve... y explica un lugar y un tiempo.


Hay más Barcelona en Casavella. Años antes ya nos había entregado El Triunfo, otra gran novela sobre el fracaso. Sobre la vida lumpen, los extrarradios, el trapicheo y el techo de cristal de la injusticia social. Llena de sonidos rumberos y olor a botella de Soberano. Es, precisamente, la crónica de esa Barcelona que los años ochenta se empeñaron en borrar por decreto; por decreto de impostura cultural. Pero, amigos, la psicología lleva décadas advirtiendo que no se puede enterrar el pasado alegremente. Que lo que fuimos somos y por mucho que vistamos zapatos de marca nuestros andares descubrirán el macarra de barrio que llevamos dentro.


Y llegamos a mi favorita: El Secreto de las Fiestas. La novela que más veces he regalado en los últimos diez años. La novela que me hizo enviar mensajes de móvil a mis amigos cuando Casavella se alzó con el Nadal, porque se había producido uno de esos extraños momentos de justicia poética . Una novela que empieza con un “Soy raro...” y continua regalando lecciones sobre esa conga a la que llamamos vida. En toda la obra de Casavella hay alegría. Alegría como antídoto a todos los males: sumergido hasta el cuello en la corrupción, surge la sonrisa; cuando las cosas parece que no pueden ir peor, suena una rumba. Y El Secreto de las Fiestas es la mejor plasmación de dicha alegría. Una alegría que igual nos sirve para convertirnos en as del pinball, que para meternos a las chicas en el bolsillo, que para soportar que tu viejo sea un puto jipi.


El fascismo suele presentarse con una sonrisa. El pederasta atrae a sus víctimas ofreciéndoles caramelos. Todas las religiones nos hablan de una vida mejor. Y volviendo al tema que nos ocupa, aquellos cambios que prometían la instituciones se presentaron bajo el espejismo de la prosperidad. Ese es el momento de la vida barcelonesa en que trascurre El Secreto de las Fiestas. Resulta evidente en su obra como el momento individual corre de la mano del colectivo. Toda esa algarabía, esa conga promovida desde las instituciones se refleja, lo sepan o no, en los protagonistas de la obra de Casavella.


A la postre, aquella fiesta se revelaría como una gigantesca maquinaria de exclusión social, fascismo cultural y rendición a las más ridículas tendencias en cuanto a diseño y planificación del espacio público. Todo eso lo vivió Francisco Casavella y contra todo ello edificó su obra. Se fue del mismo modo que le descubrimos: por sorpresa, sin despedirse a unos tempranos 45 años. Quizás se había cansado de aguantar monsergas. Pero no nos aflijamos, lustremos nuestros mejores zapatos y salgamos a bailar la conga porque como repitió él mismo y quedó como cabecera en varios obituarios: “Todo es terrible pero nada es serio”. Gocemos su legado.


Wednesday, June 22, 2011

SEGURIDAD

De niño habitaba un mundo de rodillas: Las rodillas de mi padre, las de mi madre y las de otros familiares y amigos. Sus piernas eran los barrotes de la confortable prisión donde yo habitaba. Al mirar hacia arriba me llegaba el sonido de sus conversaciones. Voces seguras pontificando sobre este o aquel tema. Yo flipaba. Porque en mi mundo no existía ese grado de seguridad. No sabía si al caer la noche me visitarían los fantasmas, el ratoncito pérez o el hombre del saco. Y me daban envidia los adultos porque en su nivel (ese que a sucedía dos o tres cuerpos de altura por encima de mi) todo era seguro.

Me pasé los años creciendo y esperando el momento en que esta percepción cambiara. Fui ganando altura, estudios, trabajo, amigos, parejas y nada parecía cambiar, Nunca llegó el acontecimiento o la persona que me trajera certeza. Al contrario: al ver que no llegaba, mi inseguridad iba en aumento.Ahora que se aproxima la cuarentena he perdido la esperanza de que esto ocurra. Los adultos que recuerdo tan seguros de mi infancia somos mis amigos y yo y estamos tan perdidos como debieron estarlo nuestros padres y los padres de nuestros padres y... Al final todo parece una suerte de complot para engañar a los niños. La novatada que se le gasta al recién llegado. Seguro que los hijos de mis amigos cuando nos ven de charleta piensan "Qué ganas tengo de tenerlo todo tan claro como los mayores".

Monday, June 20, 2011

NGU

La espongiriasis es una enfermedad de origen vírico que afecta a manadas enteras de búfalos en el África Central. Uno de los síntomas más notorios de la espongiriasis es una suerte de demencia que empuja al animal a embestir cualquier elemento que se interponga en su camino. La imagen de una manada infectada es decenas de bóvidos arremetiendo obsesivamente contra árboles, rocas u otros animales. No hay espectáculo más cruento que el encuentro entre dos búfalos enfermos, estrellando sus cornamentas hasta que uno o ambos caen rendidos con el cráneo fracturado.

Al nacer Ngu, la espongiriasis se hallaba muy extendida entre los de su manada y a las pocas semanas de vida afectaba al total de sus integrantes. Por algún capricho de la naturaleza, Ngu nació inmune al virus y no desarrolló la enfermedad. Sin embargo, al crecer rodeado de congéneres que golpeaban su testa contra todo lo que veían, Ngu comenzó a imitarles. Ngu se dolía con cada embestida pero continuaba, pensando que algún día sería tan fuerte como el resto de la manada. Después de todo un día imitando a sus compañeros, la cefalea era tal que le impedía incluso conciliar el sueño. Lo que Ngu desconocía es que sus compañeros estaban enfermos y uno de los efectos de la espongiriasis es que devora los nervios responsables de transmitir el dolor.

Ngu intentó durante meses medirse con sus semejantes pero el sufrimiento era mayor a cada jornada. Finalmente, abandonó la manada arrastrado por la tristeza de no sentirse a la altura.

Durante muchas lunas Ngu vagó por la sabana, alimentándose de hierba seca, bebiendo el barro de los charcos y padeciendo las inclemencias sin más resguardo que su piel. Sintió la añoranza de los suyos pero se hallaba tan desorientado que no pudo encontrar el camino de regreso. Tal era el agotamiento, que el cerebro de Ngu era incapaz de otro pensamiento que el de avanzar hacia un horizonte incierto. Cuando Ngu hubo perdido toda esperanza, el paisaje comenzó a alterarse. En mitad del amarillo calcinado de la sábana surgieron breves espacios de hierba; los charcos se arracimaron en un arroyo cuyo curso guió a Ngu hasta un gigantesco lago, donde habitaba otra manada de búfalos. Exultante, Ngu se presentó ante el grupo golpeando su frente contra el primer árbol que encontró a su paso. El resto de búfalos le miraron con gesto extraño.

Pronto Ngu lo entendió todo: la locura que poseía a su manada y que no era necesario vivir de aquella manera; también entendió que su nueva vida iba a resultar mucho más plácida y dichosa.

Monday, June 13, 2011

RECUPERAR LA ALEGRÍA

Todo un honor colaborar con una de las personas que, del modo más inesperado, me ha ayudado en esta etapa de mi vida. ¡Gracias Cristina!

http://www.cristina-caceres.es/testimonios.html

Monday, June 06, 2011

TERRIBLE VICTORIA

El otro día paseando por la Feria del Libro me encontré frente a un libro titulado Saber Perder y me pareció una tontería de título: Creo que lo verdaderamente complejo es Saber Ganar.

Encajar una victoria es mucho más difícil que una derrota. La derrota nos exime de la responsabilidad de continuar: se da la partida por zanjada, se recoge el tapate y uno vuelve a casa pensando que ya no queda nada que rascar. Sin embargo, la victoria nos fuerza a continuar, alimenta el orgullo y la ambición. Viendo las imágenes de Fernando Alonso o Nadal tras ganar cualquier competición me invade el desasosiego: el de pensar cuál será su siguiente reto, cuándo disputará su próximo torneo, cuántas veces tendrán que validar su título… Puede sonar contradictorio pero es aquello que escribió Oscar Wilde que hay más lágrimas por las plegarias atendidas que por las que no.

No hablo acerca de qué es mejor; sino de cuanto más difícil mantenerse calmo en la victoria que en la derrota. La euforia del triunfo puede resultar muy adictiva pero, a la postre, nos despega de la realidad y nos hace creer mejores de lo que somos. Al fin, son tantos los factores que intervienen en el éxito que es imposible controlarlos todos, teniendo bastante de azar. De ahí que resulte estúpido envanecerse por ello.

La vanidad es una de las grandes trampas del ego. Asomémonos a un cielo estrellado, a un horizonte marítimo, a un cielo infinito… y percibamos nuestro lugar real dentro del universo. Busquemos la victoria, aceptemos los fracasos… son algo que simplemente sucede, fuera de nosotros y por tanto no nos alteran.