Hace años renuncié a mi afición por la fotografía. Cada vez que vivía un buen momento, sentía el deber de fotografiarlo; de esta manera muchos de ellos se perdieron debido a mi obsesión por la instantánea perfecta. Renuncié a muchos paisajes, a algunas risas y a algún beso por culpa de ello. Un buen día, me harté y encerré la cámara de fotos en el armario y ahí sigue. Supongo que son cosas mías porque observo que la mayoría de la gente puede compaginar sus momentos de disfrute con la cámara de fotos; pues yo no.
Me gusta ser feliz, rodearme de buenos amigos y disfrutar de los momentos alegres que me brinda la vida, ya vengan en forma de libro, de botella de cerveza o de labios. Sin embargo, leyendo mis diarios (o esta bitácora, que no es sino su continuación pública) caigo en la cuenta de que no escribo sobre buenos momentos, sino todo lo contrario. Y algo de esto tiene que ver con lo escrito antes sobre la fotografía: Prefiero disfrutar mi felicidad sin sentir la necesidad de perpetuarla en palabras. Sin embargo, mi desgracia sí.
Si algo tengo claro desde muy joven es que escribo. Ni puta idea de con qué propósito pero el caso es que me empleo en ello con más constancia que en ninguna otra actividad. Supongo que es lo más parecido a una vocación que encuentro en mí. Y lo cierto es que normalmente escribo sobre situaciones desagradables. Ya me gustaría ser como Walt Whitman y escribir inmensas odas a mí mismo y al goce de los placeres sensuales; pero no me sale. Alguna tara, que supongo educativa, padezco que me dificulta encajar como natural el lado amargo de la vida. El problema es que está ahí. Y escribir sobre ello me resulta muy terapéutico. No es un revolcarse en el fango sino un “si consigo trasladar el problema al papel, sale de mi cabeza”. Una gilipollez semejante a comprobar que el gas está apagado cuando sales de casa. En fin, uno mismo y sus mecanismos.
Sunday, December 31, 2006
Wednesday, December 27, 2006
CIEGO, SORDO, MUDO
Ayer, cuando regresaba al hospital después de fumar un cigarrillo, me encontré con la patética estampa de un viejo que luchaba, a empellones, por introducir en el ascensor la silla de ruedas de su esposa. El hombre empujaba la silla una y otra vez sin llegar a acertar, golpeando las piernas de la mujer contra el marco de la puerta, igual que un borracho intentando meter la llave en la cerradura de su casa. Asustado por la brutalidad, observé que el hombre sostenía un bastón blanco de ciego y la mujer iba tan consumida que era incapaz de articular queja alguna. Ante semejante despropósito, ayude al hombre en la operación y subimos juntos. En el corto trayecto que nos separó, el tipo, con modales avinagrados, no paró de quejarse de lo que tardaban en acudir los celadores y lo malo que era el servicio de la clínica, mientras la otra permanecía en silencio. Llegados a su planta saqué a la mujer del ascensor y los abandoné a su suerte. Nada más cerrarse las puertas pensé que debía haberles prestado más ayuda pero el tipo me resultó tan desagradable que mi maltrecho estado de ánimo no podía soportarlo. Cuando entré en la habitación donde está ingresado mi padre sentí la de veces que nos conducimos por el mundo sin ojos para ver y sin voz para pedir ayuda.
Monday, December 25, 2006
Wednesday, December 20, 2006
CATARSIS DE UN DESERTOR
Acuclillado en un hueco entre las rocas pensaba que, el día en que prometió derramar hasta la última gota de sangre por su bandera, debería haber consultado con su miedo. Porque aunque su promesa fue sincera, ni siquiera fue capaz de intentarlo: Cuando el oficial dio orden de atacar, él huyó en sentido contrario al de la tropa.
Ahora reflexionaba sobre el significado de la traición. El autentico traidor es el que sufre en su corazón los latigazos de la culpa; si no es así, eres un tramposo, un estafador o un farsante, nunca un traidor. La traición es un camino sin retorno que te conduce a otro.
Los pasos de la cuadrilla que habían enviado en su busca se escucharon cada vez más cerca hasta sobrepasar su escondite, entonces asomó su cabeza y acribilló a sus camaradas por la espalda. Las detonaciones de su rifle fueron el llanto que anunciaba el nacimiento de un nuevo hombre, más terrible y real.
Ahora reflexionaba sobre el significado de la traición. El autentico traidor es el que sufre en su corazón los latigazos de la culpa; si no es así, eres un tramposo, un estafador o un farsante, nunca un traidor. La traición es un camino sin retorno que te conduce a otro.
Los pasos de la cuadrilla que habían enviado en su busca se escucharon cada vez más cerca hasta sobrepasar su escondite, entonces asomó su cabeza y acribilló a sus camaradas por la espalda. Las detonaciones de su rifle fueron el llanto que anunciaba el nacimiento de un nuevo hombre, más terrible y real.
REVISTAS PARA TÍOS
Uno de los síntomas más desalentadores de los tiempos que corren lo encuentro en la multiplicación de publicaciones masculinas. No hace demasiado, tal apelativo definia revistas de titulo tan sugerente como Lib, Climax o Private. A día de hoy la realidad es otra y tal grupo reúne cabeceras del estilo de la Maxim, la GQ o la espeluznante Men´s Heatth.
Recuerdo que, durante mis días de marear la perdiz en bibliotecas, uno de mis pasatiempos favoritos era rellenar los test de la Cosmopolitan. Aquella revista abría la puerta a un delirante universo en el que la mujer se transformaba en una suerte de moderna amazona capaz de medrar en el escalafón social, amamantar a su prole y mover las caderas mejor que Sherezade. Pues qué estrés ser chica, pensaba yo por entonces.
Una vez más, el homo sapiens en su absurda carrera hacia la igualdad escoge la peor manera posible. E igual que la integración laboral de la mujer, en lugar de redundar en mayor tiempo de ocio para todos, propició el descenso salarial que ha desembocado en el mileurismo, la domesticación del macho conduce directamente a su irremediable idiocia.
Vale, que a todos nos gusta enfrentarnos con alguien agradable y aseado pero de ahí a homogeneizarnos en un esperpento metrogilipollas depilado, incapaz de ir al baño si antes no te avisa tu PDA, pues como que no. A mí que me devuelvan mi vieja Penthouse que me era mucho más provechosa.
Recuerdo que, durante mis días de marear la perdiz en bibliotecas, uno de mis pasatiempos favoritos era rellenar los test de la Cosmopolitan. Aquella revista abría la puerta a un delirante universo en el que la mujer se transformaba en una suerte de moderna amazona capaz de medrar en el escalafón social, amamantar a su prole y mover las caderas mejor que Sherezade. Pues qué estrés ser chica, pensaba yo por entonces.
Una vez más, el homo sapiens en su absurda carrera hacia la igualdad escoge la peor manera posible. E igual que la integración laboral de la mujer, en lugar de redundar en mayor tiempo de ocio para todos, propició el descenso salarial que ha desembocado en el mileurismo, la domesticación del macho conduce directamente a su irremediable idiocia.
Vale, que a todos nos gusta enfrentarnos con alguien agradable y aseado pero de ahí a homogeneizarnos en un esperpento metrogilipollas depilado, incapaz de ir al baño si antes no te avisa tu PDA, pues como que no. A mí que me devuelvan mi vieja Penthouse que me era mucho más provechosa.
Monday, December 18, 2006
SOY RARO
“Soy un raro de concurso. Un ni por qué, ni para qué, ni dónde...” son las frases que abren El Secreto de las Fiestas de Francisco Casavella, una de las mejores novelas que han caído en mis manos durante los últimos meses.
Francisco Casavella es una de las pocas voces originales que encuentro en la literatura contemporánea, autor de la trilogía El Día del Watusi un prodigio que, de tan monumental, asusta y mucha gente no ha leído. Además, en estos tiempos en que la juventud parece ser un valor añadido, pues el tipo nació en el sesenta y tres. Ustedes mismos.
El secreto de las Fiestas es la reescritura adulta de una novela adolescente. Y nos cuenta la historia de un tal Daniel Basanta, un tío raro. Pero no raro como esos raros que impostan su rareza para parecer guays, sino raro sin remedio, raro a su pesar. El periplo de un chaval desde una aldea gallega, poblada por tipos extraños, hasta la Barcelona de los primeros ochenta en que lo raro empezaba a cotizar al alza; siempre que no te pasaras, claro. Y encima carga el pobre con un padre que es un “puto hippy”. La novela convierte en modo de vida el baile de la conga, en destino la maquina del millón y explica la diferencia entre Hombres-sapiens y Hombres-tachán, que no es otra sino la dicotomía entre lo apolíneo y lo dionisiaco que ya sabían los griegos, luego copió Nietsche y que hay que tener un par para volverla a vender con tanta gracia.
Y es que, leyendo el libro, en más de una página he pensado por qué coño no llevará escrito un par de décadas y en lugar de El Guardián entre el Centeno me hubiesen prestado éste cuando rondaba los quince. Porque, en aquellos años, servidor, a diferencia del Holden Caulfield, ni tenía hermana, ni intención de ir de putas. Sin embargo, ya me sentía raro; raro que no veas. Y El Secreto de las Fiestas formula una de las estrategias más valiosas para todos los que nos hemos sentido así: la mixtificación como vía de escape de la realidad. Y además es que te partes.
Lean, lean El Secreto de las Fiestas o un prospecto de medicamentos, que mientras leen no hacen daño a nadie y sepan que el que esto firma también es raro, un raro de cojones.
Francisco Casavella es una de las pocas voces originales que encuentro en la literatura contemporánea, autor de la trilogía El Día del Watusi un prodigio que, de tan monumental, asusta y mucha gente no ha leído. Además, en estos tiempos en que la juventud parece ser un valor añadido, pues el tipo nació en el sesenta y tres. Ustedes mismos.
El secreto de las Fiestas es la reescritura adulta de una novela adolescente. Y nos cuenta la historia de un tal Daniel Basanta, un tío raro. Pero no raro como esos raros que impostan su rareza para parecer guays, sino raro sin remedio, raro a su pesar. El periplo de un chaval desde una aldea gallega, poblada por tipos extraños, hasta la Barcelona de los primeros ochenta en que lo raro empezaba a cotizar al alza; siempre que no te pasaras, claro. Y encima carga el pobre con un padre que es un “puto hippy”. La novela convierte en modo de vida el baile de la conga, en destino la maquina del millón y explica la diferencia entre Hombres-sapiens y Hombres-tachán, que no es otra sino la dicotomía entre lo apolíneo y lo dionisiaco que ya sabían los griegos, luego copió Nietsche y que hay que tener un par para volverla a vender con tanta gracia.
Y es que, leyendo el libro, en más de una página he pensado por qué coño no llevará escrito un par de décadas y en lugar de El Guardián entre el Centeno me hubiesen prestado éste cuando rondaba los quince. Porque, en aquellos años, servidor, a diferencia del Holden Caulfield, ni tenía hermana, ni intención de ir de putas. Sin embargo, ya me sentía raro; raro que no veas. Y El Secreto de las Fiestas formula una de las estrategias más valiosas para todos los que nos hemos sentido así: la mixtificación como vía de escape de la realidad. Y además es que te partes.
Lean, lean El Secreto de las Fiestas o un prospecto de medicamentos, que mientras leen no hacen daño a nadie y sepan que el que esto firma también es raro, un raro de cojones.
Thursday, December 14, 2006
EL DON DE LA PALABRA
Al final resulta que tenían razón los que le expulsaron de la escuela por “lento”. Porque no se percató de su poder hasta aquella sobremesa cuando, tras perder la quinta mano al cinquillo, le espetó a su rival “mal rayo te parta” y esa misma tarde, durante una partida de caza, un rayo fulminó al Damián. Lo cierto es que se acojonó bastante y estuvo un tiempo encerrado, sin abrir la boca ni para comer, pero al cabo volvió a la calle para indagar. Y comprobó que cuando saludaba con un “buenos días”, los saludados pasaban un día redondo. Por contra, si comentaba “Hoy traes mala cara” el otro enfermaba sin remedio.
Después de sopesarlo, una mañana mientras hacía la faena, le soltó a su patrón: “Mira Benito, qué pronto migran las aves: Este invierno va a ser frío de morirte”.
Después de sopesarlo, una mañana mientras hacía la faena, le soltó a su patrón: “Mira Benito, qué pronto migran las aves: Este invierno va a ser frío de morirte”.
Tuesday, December 12, 2006
JUEGOS DE AZAR
No falla. Cada vez que alguna incertidumbre amenaza mi maltrecha economía, tarde o temprano, termino en alguna casa de apuestas adquiriendo un boleto para el sorteo que acumule mayor premio. Es curioso tal comportamiento porque la ludopatía no se cuenta entre mis vicios, pero en alguna región subterránea de mi cerebro despierta el pensamiento de que la divinidad me debe algo y he de facilitarle el pago.
La vida es azar. Escritores, como Auster, han edificado sobre esta idea la totalidad de su obra. No importa cuanto planifiques, cuan previsor seas, siempre termina todo patas arriba. Por eso no conviene obsesionarse cuando los planes no salen como uno espera y estar atento a lo que surge mientras estas en otra cosa. Además, para desgracia de magos, chamanes y demás comerciantes, el azar no responde a demandas y salta donde menos lo esperas.
Dominar el azar es, en ultima instancia, el anhelo de cualquier modelo de organización social: brindar a sus ciudadanos un entorno a salvo de vaivenes e incertidumbres. No es casual que en la Utopia de Thomas Moro estuvieran proscritos los juegos de dados. Sin embargo, cuando la literatura o el cine ha recreado lo que podría definirse como “sociedad final” los resultados son escalofriantes: ciudades asépticas habitadas por ciudadanos salidos de La Invasión de los Ladrones de Cuerpos. Y es que, lo sabemos, la vida es azar y si controlamos éste aniquilamos aquella.
La vida es azar. Escritores, como Auster, han edificado sobre esta idea la totalidad de su obra. No importa cuanto planifiques, cuan previsor seas, siempre termina todo patas arriba. Por eso no conviene obsesionarse cuando los planes no salen como uno espera y estar atento a lo que surge mientras estas en otra cosa. Además, para desgracia de magos, chamanes y demás comerciantes, el azar no responde a demandas y salta donde menos lo esperas.
Dominar el azar es, en ultima instancia, el anhelo de cualquier modelo de organización social: brindar a sus ciudadanos un entorno a salvo de vaivenes e incertidumbres. No es casual que en la Utopia de Thomas Moro estuvieran proscritos los juegos de dados. Sin embargo, cuando la literatura o el cine ha recreado lo que podría definirse como “sociedad final” los resultados son escalofriantes: ciudades asépticas habitadas por ciudadanos salidos de La Invasión de los Ladrones de Cuerpos. Y es que, lo sabemos, la vida es azar y si controlamos éste aniquilamos aquella.
Thursday, December 07, 2006
LO PEOR DE LAS CRISIS
Lo peor de las crisis es que, mientras las resuelves, tienes que seguir lavando tu ropa interior.
CON UN PAR DE HAMBURGUESAS
Cada vez que enciendo la tele me reafirmo en la idea de que lo más notable que emite es la publicidad. No hay sombra de ironía en tal afirmación. Frente a una programación concebida a base de mal rollo y lenguaje obsoleto, la publicidad se me antoja mucho más ágil y divertida. Pero éste no es el asunto de hoy.
Una de las campañas más atinadas, entre las que se emiten ahora, es la de Burguer King, en la que animan a meterse entre pecho y espalda un Miura de la gastronomía industrial, su hamburguesa Doble Whopper. Y me parece estupenda no por mi devoción al producto, que no es tal, sino porque era hora de que alguien plantara cara a una de las peores lacras del momento: los integristas de la salud.
Y es que vengo observando como se comenten las mayores tropelías en aras de un nuevo culto que sitúa en su altar mayor un muy discutible ideal de salud. Esto me hace plantearme alguna cuestión sobre la clase de Estado-Guardería que estamos permitiendo, en el cual el individuo no es el soberano de su cuerpo. Es función de las instituciones informar al ciudadano de los peligros de determinados hábitos y conductas, pero no me parece de recibo que usurpen su derecho de decisión. Como escribió Escohotado sobre sus drogas “de la piel pa´ dentro mando yo”.
Siempre me ha parecido absurda la penalización del suicidio que marca la ley. Mi posición se fundamenta en que el derecho del individuo sobre sí prevalece respecto al del grupo siempre que su comportamiento no afecte a terceros. Por ello entendí que la Ley Antitabaco no era sino la pataleta del Ministerio de Sanidad que, ante a su incapacidad para concienciar a un colectivo, optó por estigmatizarlo, expulsándonos de la oficina y favoreciendo de paso el contagio de gripes y catarros; porque mantener nuestra adicción en las mañanas de invierno roza lo heroico.
Debido a nuestra pasividad, los fumadores perdimos la batalla contra los talibanes de la corrección. Por eso experimento ahora cierta alegría al comprobar que los siguientes represaliados, los consumidores de comida rápida, no están dispuestos a rendirse tan fácil. Más vale espabilar porque, de lo contrarío, cualquier día cerrarán la montaña rusa alegando que provoca subidas de tensión en sus pasajeros.
Una de las campañas más atinadas, entre las que se emiten ahora, es la de Burguer King, en la que animan a meterse entre pecho y espalda un Miura de la gastronomía industrial, su hamburguesa Doble Whopper. Y me parece estupenda no por mi devoción al producto, que no es tal, sino porque era hora de que alguien plantara cara a una de las peores lacras del momento: los integristas de la salud.
Y es que vengo observando como se comenten las mayores tropelías en aras de un nuevo culto que sitúa en su altar mayor un muy discutible ideal de salud. Esto me hace plantearme alguna cuestión sobre la clase de Estado-Guardería que estamos permitiendo, en el cual el individuo no es el soberano de su cuerpo. Es función de las instituciones informar al ciudadano de los peligros de determinados hábitos y conductas, pero no me parece de recibo que usurpen su derecho de decisión. Como escribió Escohotado sobre sus drogas “de la piel pa´ dentro mando yo”.
Siempre me ha parecido absurda la penalización del suicidio que marca la ley. Mi posición se fundamenta en que el derecho del individuo sobre sí prevalece respecto al del grupo siempre que su comportamiento no afecte a terceros. Por ello entendí que la Ley Antitabaco no era sino la pataleta del Ministerio de Sanidad que, ante a su incapacidad para concienciar a un colectivo, optó por estigmatizarlo, expulsándonos de la oficina y favoreciendo de paso el contagio de gripes y catarros; porque mantener nuestra adicción en las mañanas de invierno roza lo heroico.
Debido a nuestra pasividad, los fumadores perdimos la batalla contra los talibanes de la corrección. Por eso experimento ahora cierta alegría al comprobar que los siguientes represaliados, los consumidores de comida rápida, no están dispuestos a rendirse tan fácil. Más vale espabilar porque, de lo contrarío, cualquier día cerrarán la montaña rusa alegando que provoca subidas de tensión en sus pasajeros.
Wednesday, December 06, 2006
DESAYUNO CON FIAMBRE
A horas en que no existen más sombras sino las que dibujan las farolas, camino rumbo al trabajo como un autómata. La calle de mi oficina está en un barrio tranquilo y acomodado, por ello es la preferida para el descanso de una legión de indigentes que, pertrechados de cartones y mantas, improvisan su dormitorio en soportales, cajeros y bancos.
La otra mañana avanzaba por la calle añorando el calor del edredón cuando apenas reparé en un tipo que, derrumbado sobre la acera, los pantalones mojados y severos síntomas de embriaguez libraba batalla entre el sueño y el delirio. Como es frecuente que al sentirte te increpen e insulten, torcí la mirada y aligeré el paso para no llamar su atención.
Tres horas después, cuando bajé a desayunar, unos operarios del SAMUR levantaban su cuerpo. Lo cierto es que me resulto muy difícil tragarme el café.
La otra mañana avanzaba por la calle añorando el calor del edredón cuando apenas reparé en un tipo que, derrumbado sobre la acera, los pantalones mojados y severos síntomas de embriaguez libraba batalla entre el sueño y el delirio. Como es frecuente que al sentirte te increpen e insulten, torcí la mirada y aligeré el paso para no llamar su atención.
Tres horas después, cuando bajé a desayunar, unos operarios del SAMUR levantaban su cuerpo. Lo cierto es que me resulto muy difícil tragarme el café.
Monday, December 04, 2006
PATIO DE VECINOS (GH II)
Vuelvo a la carga “con la vida en directo” porque cuando escribí hace días sobre el programa lo hice desde la ironía y creo que el asunto merece una aproximación más detallada.
No voy a incurrir en la trampa de vender mi afición al Gran Hermano desde la perspectiva del experimento sociológico porque sería tomar a broma a los sociólogos desde Durkheim en adelante. El muestreo está lo bastante manipulado para carecer de valor alguno. No obstante, el espectáculo de Gran Hermano posee un matiz que se suele pasar por alto y en el que merece la pena detenerse.
Al igual que sucede con la pornografía, creo que el gran acierto del invento reside en la sublimación de una poderosa pulsión humana: la curiosidad, en este caso. Aquello que ya sabían los romanos de “Nada de lo humano me es ajeno”. Y negarlo sería desposeer de carta de naturaleza a ciencias tan valiosas como la antropología. Qué pintaría Malinowski estudiando las leyes de reciprocidad de los trobiandeses a no ser que del conocimiento de una comunidad tan lejana pudieran extraerse conclusiones sobre la suya y por ende sobre sí mismo.
Me parecen muy interesantes las relaciones que se establecen entre vecinos a través del patio de vecinos. En ese espacio liminal resulta imposible no participar ni ser participado por el resto (“ver y ser vistos”). Y de igual modo que surgen innegables redes de solidaridad, esta convivencia también acarrea fenómenos muy desagradables, como la irrupción en tu remanso de tranquilidad de música, gritos o simplemente escenas de la vida cotidiana que no vienen al caso. En ocasiones uno quisiera permanecer ajeno a ellos, pero otras espolean nuestra curiosidad y si no sacamos la antena suele ser por pudor o respeto. No obstante cualquiera que viva en una corrala sabe de la eficacia de radio-patio. Es natural que nos interesen los otros. Lo cual no significa que sea lícito dedicarse a fisgar por sus cerraduras.
Esta es la razón última por la que Gran Hermano me parece un formato tan bien ideado: porque establece un contrato de vouyerismo voluntario semejante al de las cabinas de un peep show. Además, con un golpe de mando a distancia, puedes hacer desaparecer a los concursantes cuando se ponen pesados; cosa imposible de lograr con mis vecinos.
No voy a incurrir en la trampa de vender mi afición al Gran Hermano desde la perspectiva del experimento sociológico porque sería tomar a broma a los sociólogos desde Durkheim en adelante. El muestreo está lo bastante manipulado para carecer de valor alguno. No obstante, el espectáculo de Gran Hermano posee un matiz que se suele pasar por alto y en el que merece la pena detenerse.
Al igual que sucede con la pornografía, creo que el gran acierto del invento reside en la sublimación de una poderosa pulsión humana: la curiosidad, en este caso. Aquello que ya sabían los romanos de “Nada de lo humano me es ajeno”. Y negarlo sería desposeer de carta de naturaleza a ciencias tan valiosas como la antropología. Qué pintaría Malinowski estudiando las leyes de reciprocidad de los trobiandeses a no ser que del conocimiento de una comunidad tan lejana pudieran extraerse conclusiones sobre la suya y por ende sobre sí mismo.
Me parecen muy interesantes las relaciones que se establecen entre vecinos a través del patio de vecinos. En ese espacio liminal resulta imposible no participar ni ser participado por el resto (“ver y ser vistos”). Y de igual modo que surgen innegables redes de solidaridad, esta convivencia también acarrea fenómenos muy desagradables, como la irrupción en tu remanso de tranquilidad de música, gritos o simplemente escenas de la vida cotidiana que no vienen al caso. En ocasiones uno quisiera permanecer ajeno a ellos, pero otras espolean nuestra curiosidad y si no sacamos la antena suele ser por pudor o respeto. No obstante cualquiera que viva en una corrala sabe de la eficacia de radio-patio. Es natural que nos interesen los otros. Lo cual no significa que sea lícito dedicarse a fisgar por sus cerraduras.
Esta es la razón última por la que Gran Hermano me parece un formato tan bien ideado: porque establece un contrato de vouyerismo voluntario semejante al de las cabinas de un peep show. Además, con un golpe de mando a distancia, puedes hacer desaparecer a los concursantes cuando se ponen pesados; cosa imposible de lograr con mis vecinos.
Sunday, December 03, 2006
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