Por aquello de no alterarme el karma llevo bastantes meses evitando la intoxicación informativa propagada por los medios de comunicación. Nunca fue tan fácil documentarse de primera mano y por ende los medios transitan el camino de perder su función de espejo (deformante) de la realidad. Cada día más escorados hacía la opinión, a servir un criterio para el que no tiene tiempo (ja ja), acceso o neuronas de formarse el suyo, la solvencia debería ser su principal arma a la hora de sobrevivir pero… se empeñan en no enterarse de nada. Bochorno, pasmo y escándalo sufro la otra noche, escuchando una de esas tertulias nocturnas que frecuentan los padres. Pocas veces he asistido a un espectáculo de ignorancia y manipulación tan vergonzoso como aquel. Dávila, Losantos, Conde y (¡ay madre!) Del Manzano, tertuliando sobre el camping de Puerta del Sol: solo les faltó denunciar que las pancartas apestan a titadine.
La vida me ha enseñado la lección del individualismo. Desconfío de lo colectivo por la sencilla razón de que en todo grupo suele haber más gente que no me interesa que con la que tendría una conversación. En mis juveniles intentos de intervención social siempre encontré que al traje antisistema se le veían demasiadas costuras (abogados que se quitaban la corbata para calzarse la camiseta del PGB, okupas de finde, perroflautas de adosado, trostkistas de botellón, turistas a los que la India le había cambiado la vida el tiempo justo que tardaban en incorporarse a su pupitre y en este plan…). Al final todas mis intentonas terminaban con un decepcionado “para esto, a la próxima no me llaméis”. Dentro de mí habita un filoanarquista convencido de que a día de hoy la anarquía sería un desastre: E l ser humano tiene aún mucho por evolucionar antes de poder vivir sin jefes y ser dueño de su tiempo. No obstante, he seguido y simpatizado con el movimiento No les Votes, con la precaución de un gato en una fábrica de sifones. Indagando acerca de las pocas caras visibles del movimiento y escudriñando lo que podían esconder sus vaporosos manifiestos. Dentro de mí también habita un gran conspiranóico.
Ahora, es la versión oficial de políticos y medios de comunicación la que me empuja a escribir estas líneas. La primera mentira es presentar este movimiento surgido al socaire de la campaña electoral cuando lleva meses murmurando y difundiéndose en la red. Que su traca esté coincidiendo con las elecciones tiene toda la lógica, en tanto que la abstención funciona como leit motiv de la movida. Los dos millones de usuarios únicos de su web no se recopilan con un viral de dos semanas. Otra de las mentiras más irritante es la de tratar de presentar las pocas adhesiones nominales del movimiento como miembros de ultraizaquierda. Vale, que cierta izquierda siempre ha estado más dispuesta a sufrir las inclemencias del tiempo y no es descabellado pensar que muchos de los acampados en Sol lo son. Pero, salvo que se cometa el terrible error de entregar el movimiento a alguna agrupación (cosa que espero no suceda) el discurso se está manteniendo en una correcta equidistancia entre lo que llamamos derechas y lo que se define como izquierdas. Todos son igualmente traidores a la sociedad que los representa.
Simpatizo con este movimiento debido a que una de mis recurrentes batallas ha sido contra amigos que me calificaban de pasota y me negaban el derecho al pataleo por negarme a la complicidad con un sistema que me fuerza a escoger entre lo malo y lo peor. Son los plastas del “voto útil” y del “mal menor” que me sacan de mis casillas, por su carencia de imaginación y horizonte. Por eso me agrada lo que está sucediendo en la Puerta del Sol, por haber conseguido que la abstención, corriente política mayoritaria en cualquiera de las elecciones celebradas en el Estado, tenga por una vez voz y voto.