Monday, January 23, 2012

LECCIONES DE POBREZA

En estos últimos tiempos me recorre la sensación de no decidir sobre lo que escribo. Quiero decir, es evidente que Mario Bravo es el responsable de estas líneas pero, cada vez con más frecuencia, me encuentro que son los temas los que me escogen a mí y no yo el que los encara como creía antaño. Cosas raras de escritor.

Durante estas semanas el tema que me ronda es el de la prosperidad y su reverso, la pobreza. Mi amigo Arturo afirma que cuando escucha a un empresario que se ha arruinado, no le inspira compasión alguna porque “ellos no se arruinan como nosotros”. No le falta razón. El año pasado por estas fechas servidor se encontraba arruinado. Pero arruinado de verdad, no de esas ruinas que a todo lo más obligan a deshacerte del jet privado y el velero. Una serie de dejaciones (más que decisiones) habían dado al traste con el proyecto empresarial iniciado tres años antes y a consecuencia de ello me encontraba con la luz de mi casa cortada (sí, al final te la cortan), la llamada de los lunes de una secretaria de Botín para ver cuando íbamos a solucionar lo de la hipoteca y otra, en principio amable luego francamente hostil, empleada de la compañía telefónica preguntando también por lo suyo. Mes tras mes, tenía que soportar como los ingresos que generaba en mi nueva actividad como autónomo apenas alcanzaban para los pagos al fisco de aquel ruinoso y mal llevado cierre empresarial. Salir de aquello supuso una de las lecciones más útiles que me ha regalado la vida.

Hubo un punto de inflexión. Durante una mañana de julio resolví que no podía pagar una de las cantidades que me reclamaba Hacienda. Recuerdo que agobiado por la cifra que arrojaba mi declaración fiscal, salí de casa de mi madre y me marché a pasear por el parque. Hacía un sol radiante que se filtraba entre la vegetación y me tumbé en la hierba a orillas de un arroyo. Entonces, pensé: “¡Demonios! ¡Hacienda jamás me podrá arrebatar esto!” Aquel sencillo pensamiento fue la clave para que todo empezara a mejorar y lo escribo porque tengo la certeza de que fue así y lo continúo comprobando día tras día.

Si hubiera leído hace un año las declaraciones de Santi Lorenzo en la que afirma que “La pobreza es sagrada y es útil pasar por ella” me hubiera cagado en su puta madre pero, a día de hoy, no me queda sino darle la razón. La pobreza no es más que una situación temporal que depende en gran medida del azar. El problema viene de la identificación con la pobreza. Porque no somos nuestra pobreza, salvo que creamos que así es. Atravesar periodos de escasez es muy aleccionador (aunque os pueda sonar arrogante): sirve para dotarse de humildad, aprender a pedir ayuda y reconocer que tu dignidad no se mide por el saldo de una cuenta corriente.

Guardo de aquellos meses austeros el recuerdo de varias tardes en compañía de mi amigo Óscar (otro que tal…). A veces era él, otras yo el que no tenía para pagar un bote de Coca Cola pero los encuentros fueron memorables: tardes de banco en el parque en las cuáles dirimimos importantes cuestiones humanas y divinas y sobre todo reafirmamos nuestro convencimiento de que, ni en sueños, nos cambiaríamos por ninguno de los presuntos “casos de éxito” que nos han promovido como modelo. Todo sin un euro en el bolsillo.

Monday, January 16, 2012

CON PLEITESÍA, SIN PELOTEO

No voy a engañar a nadie… soy poco teatral. Fui educado en las butacas de aquellas salas de sesión doble, repletas de jevis y con suelo alfombrado de pipas en las que a mi padre acostumbraba dormir la siesta. También pasé bastantes horas escaqueándome de mis estudios en el triangulo del mal llamado circuito de arte y ensayo. Era la mejor manera de amortizar el carnet de la facultad y a la vez estar recogido, en lugar de delinquiendo. De estos dos hitos proviene mi cinefilia, amén de demasiadas noches de estudio mientras escuchaba Polvo de Estrellas en la radio.

El teatro siempre me resultó un hermano menor del cine, además de bastante más caro. Así las cosas cuando he asistido a alguna función generalmente ha sido:

a) Obligado

b) Invitado

c) Por mis múltiples devaneos y amistades con titiriteros (una mezcla de a y b)

Ya hace unos meses, uno de estos amigos representaba una obrita dentro de ese formato que está causando furor (microteatro por dinero) y me encantó, quizás por lo original formato: ubicado en los sótanos de lo que fue una carnicería, cinco habitaciones donde se representan cinco obritas de menos de 20 minutos, al razonable precio de 4 euros por función. Me agradó la sensación de acceder a esa suerte de pasaje del terror con una sorpresa esperando tras cada puerta. Me resultó ágil y en caso de que la obra resulte un peñazo, en un cuarto de hora te la has ventilado. Y sobre todo me gustó la cercanía pues la escena se representa a menos de 1 metro del público, evitando así la sensación de impostura que me recorre cuando el actor debe comunicarse con una platea de mayor aforo.

La otra noche asistí a otro par de ellas. Repetía mi amigo Dario en De Parto y debutaban Julián Teurlais y Oscar Parra (este último autor del texto y la dirección de Llámame Papá).

Celebro enormemente cuando veo a mis amigos triunfar, aunque resulte poco español. Y lo celebro, aún más, conociendo el calvario que han atravesado para mostrarnos su talento. Una de las lecciones que me ha regalado la vida es algo que, de otra parte, siempre intuí pero que con los años va ganando urgencia : y es que no vale la pena perder nuestro tiempo con asuntos que no nos diviertan (ya sea nuestro sino genio de las finanzas, publicista o voluntario en una leprosería). También Dario, pero el caso de Óscar y Julián (espero que no les moleste que escriba esto) es el de la resistencia numantina, el de apostar por llenar la vida de vocación; son la antítesis de esos envases vacíos que llenan los vagones de metro con su mirada puesta en el infinito de una realidad que nunca les llegará porque no están dispuestos a reclamar lo que, por derecho, les corresponde. Son insumisos, indignados y ácratas sin necesidad de alinearse con ninguno de estos movimientos, ni portar más pancarta que la de una existencia coherentemente aprovechada. Son artistas del hambre y maestros de las finanzas porque prosperar en lo artístico sin que medie mas subvención que la del público es tarea complicada en este país.

Y además ¡demonios! ¡les acompaña el talento!: El uno para retratar con socarronería azconiana el imposible mundo de las relaciones paternofiliales, encadenando una carcajada tras otra hasta dejarnos sin aliento. El otro para llevarlo a escena, con la réplica de Miguel Catarecha, en un tándem tragicómico que remite a los mejores momentos de Matthau-Lemmon o la encarnación del conflicto Dionisiaco-Apolíneo que todos llevamos dentro.

Por eso cuando terminó la representación aplaudí a rabiar: No solo la función, sino a los seres humanos que la hacían posible. ¡A tiempo estáis!

Wednesday, January 11, 2012

GRACE Y EL AMOR LÍQUIDO

Cuando propuse a Diagonal, entrevistar a Grace Morales lo hice desde la admiración, pero también desde el respeto que me provocaba enfrentarme con un autentico Miura del articulismo patrio: Es proverbial el nivel de exigencia y mala leche de que han hecho gala los bruttos mecánicos.

Al final, la interviú fue una delicia, Grace resultó encantadora demostrándome, una vez más, que no hay peores barreras que las que levantamos en nuestras cabezas...

Monday, January 02, 2012

ENFOCAR EL 2012

Junio de 2010. El médico de cabecera me acababa de diagnosticar una depresión que llevaba fraguando meses y yo atribuía al estrés y al déficit de vitaminas. Aprovisionado con mi cóctel de prozac y ansiolíticos, con el que la sanidad pública trata de atajar, en balde, la mayor plaga que enfrenta (los síntomas de un sistema que toca fondo), solicité asilo en casa de mi madre pues temía que cualquier mañana las pocas energías que me restaban fueran insuficientes para sacarme de la cama.

Frente a aquel panorama, algún amigo concluyó que lo que necesitaba era salir de casa y me arrastró a la noche. En su descargo, debo afirmar que no le movía sino la buena voluntad pero no fue una buena idea: ni siquiera había transigido en visitar a la loquera que tanto me ayudaría tiempo después y mi capacidad para descifrar señales tardaría aún bastante en despertar. La mezcla de anestésicos con más anestésicos no podía sino desenbocar en la catástrofe que fueron los meses siguientes.

Recuerdo que, durante alguna de aquellas correrías, nos acompañó un tipo por cuyo tabique nasal desfila buena parte de la producción de Colombia a lo largo del año, lo cual no es impedimento para que lleve a puerto hazañas vitales como pocas he conocido (no daré más detalles; solo que está en las antípodas del garrulo cocainómano de fin de semana que abunda por estos lares). “Tienes que enfocar, Mario, en-fo-car” me repitió todo el tiempo antes de que me descolgara del grupo aquejado de una severa falta de talante noctámbulo. Escuchar la palabra “enfocar” de la voz de un tipo con los ojos inyectados en sangre y la mandíbula fuera de eje era lo último que yo podía interpretar en aquellos momentos. Y sin embargo, fue la primera señal que recuerdo acerca de lo que serían mis próximos pasos.

Seguí descendiendo peldaños, aferrado a mi orgullo y al puedo superar esto yo solo. Me sumergí en un verano de perdición, atrayendo hacia mí todo lo malo que la sociedad pone a nuestra disposición en sus intentos de despistarnos para que no levantemos la liebre. Hasta que, durante mi enésima crisis, accedí visitar a la psicóloga. Aquello marcó un punto de inflexión, sin duda, y los meses de trabajo posteriores de los que he dado cumplida cuenta en estas páginas.

El descubrimiento de la meditación, gracias a una gran amiga, ha sido una de las piezas claves de este proceso. Y cuando reflexiono sobre los pasos que han conducido a mi sanación no puedo sino sonreír ante aquella señal que la vida me envió en el lugar y momentos menos oportunos: Enfocar; centrar la atención; dejar de vivir como si esto no fuera con nosotros...

Hace poco, escuché a alguien muy sabio decir que nos hemos dado de codazos por estar aquí, por vivir esta experiencia; imperfecta (porque lo material así lo es) pero tan aleccionadora para nuestras almas... Sería una lástima desaprovechar la oportunidad.