Padezco el síndrome de las batas blancas, esto es, la sola presencia de un médico me pone a morir. Imagino que en el origen de dicha fobia se encuentra la maniobra que, siendo crío, urdieron, entre familia y galenos, para operarme las amígdalas: Sentaron mi inocencia en un quirófano y tras un tranquilizador “no te va a doler nada”, un bata-blanca introdujo unas pinzas metálicas hasta mi garganta, apretó con fuerza y arrancó el tejido, no con dolor sino con un dolor de la hostia. Para reparar el engaño intentaron sobornarme con helados que yo devoraba pensando “Me habéis visto el pelo por última vez, cabrones”.
Desde entonces, evito acudir a cualquier consulta que no sea la del dentista (al que considero antes albañil que médico). Soy de esos inconscientes que no se hacen chequeos porque estoy convencido de que cuando la salud se tuerce no hay quien la enderece y mi botiquín doméstico consiste en una caja de aspirinas sin abrir (posiblemente caducadas) y un tarro de miel para los catarros.
Pero mi manía no se ciñe a los médicos de carne y hueso sino que abarca también a los de ficción. Nunca he podido soportar series del estilo Urgencias, Hospital Central o Médico de Familia (aunque esta última debido a mi aversión por Milikito, en cualquiera de sus presentaciones). En cuanto aparece en pantalla una bata blanca, se activa un resorte que me impele a cambiar de canal. No quiero conocer los entresijos de unos profesionales que, igual que el famoso espía, poseen licencia para matar. Así, pueden imaginarse mi horror cuando, fuentes solventes, me recomendaron una teleserie rebosante de ingenio, cuyo protagonista era un trasunto de mi adorado Sherlock Holmes; sólo había un problema: trabajaba de doctor. Como el chaval que se asoma a una película de terror, reuní valor y encendí la televisión el día y la hora indicados...
Y ni puta gracia, oigan. No conseguí conectar con ese médico insolente, lenguaraz y más listo que Calisto (que tanto no lo será cuando en cada episodio está a punto de liquidar al paciente varias veces). Tampoco logré enterarme si los guiones son tan brillantes como dicen, porque habría que estudiar varios máster en medicina para discernir si las enfermedades que tratan son ciertas o nos la están metiendo doblada. Me hizo recordar aquella jerga científico-delirante de los tebeos de los Cuatro Fantásticos (la antimateria positrónica está creando una elongación en el continuo espacio-tiempo de magnitudes megacuánticas... y en este plan). Y, resulta fácil entender, que a un fóbico a las batas blancas, la idea de un médico cretino, como House, no le despierte simpatía sino instintos homicidas. O, como mínimo, el deseo de que, en el estado de indefensión en que te coloca una enfermedad, le atendiera un hijoputa como él.
7 comments:
Llegué a una fase en que el hecho de ver al tio de mala cara, bata blanca y caminar raro me ponia de mala leche. Creo que fue para eso que el Jause este fue creado.
Plas Plas Plas que lo consigueron.
Lo peor fue que poco después me di cuenta que me ponia.
Y lo peor es que apesar de que no me van las batas bancas, me toca ahorita mismo llamar al dentista.
Hay que joderse.
Cláudia
guIeron, coño.
Cláudia, de bata blanca.
Lo bueno de la serie, para mí, son los personajes y sus relaciones (o sea, lo borde que es el cabrón del médico y cómo putea siun compasión a todos, ya sean pacientes, colegas, amigos o jefes). Lo que es la resolución de las enfermedades me importa más bien poco excepto en casos muy puntuales, y se podría decir que es siempre lo mismo.
Y si alguien más con aversión a los médicos se siente tentado a verla, que sepa que lo único que va a conseguir es acabar como el señor que escribe esta bitácora, ya que en cada episodio demuestran que:
a) los médicos fallan, y mucho
b) la mayoría de las pruebas son muy dolorosas, y algunas innecesarias
A mi tampoco me hace gracia el medico este.
a mi las series de medicos me aburren y me dan mal rollo al mismo tiempo
la historia de las amigdalas me ha dado penilla.... pobrecillooooooo, con lo salao que eras de cani
Yo tampoco soporto las series de hospitales ni de enfermedades, pero con cadáveres, como Six Feet Under, me pueden encantar.
Eso de que los dentistas son como albañiles me parece una apreciación de lo más acertada, a mí me acaban de hacer un presupuesto para la obra de mi boca que va a tener que ser pagada con algún crédito de segunda hipoteca, por lo menos.
Estoy contigo. No me va nada este doctor.
Para mí House es la representación del yo vengativo, rencoroso, malote y supermáslistoquenadie que llevamos todos dentro (normalmente).
¿Y por qué a ser un amargado con nula capacidad de empatía se le llama honestidad brutal?
Krishnamurti también era muy directo y sincero con todo el mundo, pero no por eso iba por ahí insultando.
¡Arriba el buen rollo... y las series de mafiosos!
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