Vaya por delante que, cada vez que me siento en la silla del dentista, doy gracias por haber nacido en un siglo con anestésicos. Sin embargo, me alarma la cada vez mayor frecuencia, con que pacientes, aquejados de angustia o ansiedad, acuden al médico de cabecera en busca de su ración de benzodiacepina. Algo no encaja si en la presunta sociedad del bienestar se ha disparado el consumo de tranquilizantes.
A juicio mío, la obsesión por el bienestar en nuestro tiempo linda lo paranoide. Vivimos bombardeados por mensajes que nos impelen, si no nos obligan, a ser felices. Más que felices, risueños. La desgracia no resulta “cool” en estos días de disfrute urgente y éxito veloz, y se obvia del discurso. Pero la desgracia existe y la tragedia nos asaltará, antes o después, no estando preparados para hacerle frente. Entonces te cuentan acerca de unas pastillas que, como el soma de Un Mundo Feliz, disipan toda clase de malestar psicológico ¿tentador, que no?
Nietzsche abogaba por enfrentar la adversidad como modo de fortalecimiento. No neguemos la evidencia y encaremos los reveses de la vida como el contrapunto necesario de gozar sus dones. No claudiquemos; no huyamos.
8 comments:
Amigo... el filósofo alemán no tuvo nunca necesidad de ir al dentista, de ahí sus santos cojones para repudiar al que camufla el dolor.
Seguro.
Un abrazo.
Óscar
Pero de qué discurso hablamos. ¿Es que acaso tenemos alguno?
Parece que el placer es el único discurso que existe. El problema es, quizás, que es puntual y tenemos que suplirlos por otros. Estamos condenados a buscar placeres y entre tanto, pastillas anestésicas.
Qué bueno leerte.
Un beso
Sí, cierto, sobre todo intentan que estés risueño, ¿te acuerdas de ese capítulo tan logrado de los Simpson con Marge intentando "amaestrar" a Lisa? Lisa está triste y el consejo es "Sonríe, no pierdas la sonrisa, que sepan que estás bien, demuéstraselo al mundo" Uff, miedo.
Que sí, que si realmente lo que interesara fuera hacernos felices harían otras cosas más loables que darnos pastillas, como asesinar a todos los constructores y a la mitad de los especuladores... Grrrr, desde que oí la noticia de que el negocio de la construcción es de los que más dinero dan en este nuestro país es que no levanto cabeza...
Pues yo he tenido que inflarme a prozac para superar lo de ayer...
Los hombrecillos verdes que acampan en mi hombro me dicen que ellos también lamentan no haber ido...
Todo eso es verdad pero no es la hora de la verdad que llega cuando menos lo esperas y no siempre cabe en nuestro aguante apechar con todo lo que nos echen encima. A veces, hay que comprender que necesitamos ayuda, pero eso nos pasa a todos. ¿Somos heroes acaso?
El sufrimiento, la angustia y otros afines, no son infinitos pero no es eso lo que sentimos cuando nos toca pasarlos.
Siempre adelante que decía el chalao de Rimbaud!
Pero yo creo que, aunque en nuestros días la desgracia puede no ser cool, la tristeza sí que lo es. Quizá no en el mundo de la ambición desmedida y megatriunfadora, pero sí en el ambiente melodramático de una juventud perdida en sus fantasías de dolor, incomprensión y foto atormentada. Yo que fuí así hace no mucho, grito ahora contigo... ¡NO HUYAMOS!
je je je... Miguel, yo también fui un adolescente atormentado que gustaba de mesar sus cabellos al borde del precipicio. Tonterias de juventud, vaya
Sí señor, con dos cojones...aunque estén arrugados por el miedo. No nos queda otra. Y además, como bien dices, así disfruteremos plenamente de sus dones.
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