No hace una semana las calles de Madrid y las de otras cuantas ciudades se llenaron de manifestaciones de dolor. La celebración de Semana Santa tiene un mucho de folclórico pero es una buena ocasión para reflexionar sobre el dolor, la muerte y la religión, tres elementos muy vinculados.
Padezco dos traumas infantiles: el flamenco y la Semana Santa. La inmersión en estos ámbitos, a una edad demasiado temprana, me provocó un rechazo que aún colea. Los intentos de mi familia andaluza por integrarme en tales ritos provocó la reacción contraria: ante el histrión opté por el estoicismo y la flema; y en esas andamos.
Me parece interesante la tesis del periodista José Antonio Alés sobre el miedo: propone que la exposición controlada a contenidos más o menos terribles es un entrenamiento. Libros, películas, o emisiones radiofónicas no hacen sino prepararnos para lo que vendrá. Por mucho que intentemos pertrecharnos contra la fatalidad, antes o después nos asaltará y más vale estar prevenidos. Esto no debe interpretarse como una llamada al pánico sino al sentido común.
Con el dolor y en última instancia, la muerte sucede algo semejante. Por mucho que hagamos nunca estaremos preparados para enfrentarlos. Quizás las procesiones de Semana Santa, con su profusión de imaginería doliente, no cumplan otra función que prepararnos para lo peor, para el día en que nos asomemos al sinsentido de lo finito en un universo que parece no conocer límites.
Boecio lo vio cristalino: Uno de los principales motores de la filosofía es salvaguardarnos del azar. La búsqueda de ese “centro de gravedad permanente” que nos sujete frente a la fuerza centrífuga de la vida. Mucho antes la religión ya cumplía esa función y, a tenor de lo visto estos días en las calles, prosigue vigente. Pero, ay, la religión es cuestión de fe y servidor hace ya mucho que tuvo su pertinente crisis, con lo que sólo me queda la consolación de la filosofía frente a los envites de la vida.
Si es mala de veras, nunca se deja atrás una mala racha. Esto no significa que debamos instalarnos en un pesimismo tautológico; todo lo contrario: no queda otra que detenerse a curar las heridas que determinados sucesos infligen en el alma y asumir que tendremos que vivir el resto de nuestros días con una cicatriz en el costado.
2 comments:
Sorprendida por tu visita. ¿Cómo has dado con mi dirección? Tú estás entre los primeros blogs que yo visitaba y, de verdad, yo leía sus "entradas" con mucho interés. Pero tuve siempre la sensación de que era la señora mayor cuya presencia se toleraba sólo por cuestiones de educación. No sé si estaba equivocada. Llegó un momento en que pensé que cuando no se respondía casi nunca a mis visitas, por algo sería.
Tantas cosas se podrían comentar sobre la fe de nuestros mayores. Es curioso. Cuando lo pienso fríamente todo ese montaje teatralizado de la pasión de Jesús, no me lo puedo creer. Sin embargo, voy a decirte algo que te parecerá completamente absurdo y lo digo porque esto es lo que pienso: mi cuerpo me lleva la contraria y se ahoga de emoción al paso de una imagen de un Nazareno. Ni siquiera puede ser cultural, soy asturiana.
Bueno, ya está bien por hoy. Un saludo muy cordial.
Está claro que todos cargamos/disfrutamos (según se mire) de una impronta cultural que mas vale asumir. Yo me he pasado largo tiempo renegando de ciertas raices y no me ha servido sino para generar conflictos. A mí los pasos de me dan bastante repelús pero esta SS me he dado cuenta de que si existen y tanta gente los admira deben poseer alguna función (mi afición por la antropología me lleva a meterme en estos jardines con frecuencia). Esto, junto a otras vivencias, digamos, más personales son los que me han impulsado a escribir la entrada.
Y opino que asturiana es una de las mejores cosas que se pueden ver en esta vida. ¡Puxa Asturies!
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