Como un monje cartujo. Así intento pasar ahora la mayor parte del tiempo. Pisar la calle es consumir y no estoy por la labor. La austeridad es un coñazo pero alecciona sobre la cantidad de cosas de que puedes prescindir. Tengo la virtud de que no me aburro nunca. Y para mayor alborozo la semana pasada me regalaron Por Favor Mátame, la crónica oral del punk (enorme carencia en mi biblioteca: cuando he tenido pasta no lo he encontrado y cuando me lo encontraba no tenia pasta. Gracias Nosequé y Opacman). Mi casa es como la celda de un monasterio: apenas 20 metros cuadrados donde se folla poco. Me lo paso pipa leyendo durante horas acerca de los orígenes del punk que acertadamente los autores sitúan en los días de la Velvet en que Lou Reed iba tan pasado que se cagaba en los pantalones. Después Iggy Pop y los MC5 en paralelo y aquel momento en de que todo podía lograrse creyendo en ello y echándole un par: aunque tu empeño fuera el de dejar un cadáver temprano. Flirteo a ratos con la tele. Este año se han cargado de una tacada a tres concursantes en la primera gala de Gran Hermano: el concurso cada vez se parece más a la muerte súbita. Supongo que es normal; no estamos acostumbrados a la monotonía. Todo tiene que ser cada vez más intenso, más emocionante y deslumbrante. Creo que esto va contra las leyes de la termodinámica, e igual que sucedió con el sistema financiero un día la burbuja del entretenimiento explotará. No cabrán más explosiones por centímetro de celuloide. Quiebra de todo causada por todos, que clamaba el poeta.
El sábado por la noche viene mi amiga Marnie para dar cuenta de la segunda temporada de True Blood y unas cuantas botellas de Guiness. No termina de convencerme el final de la serie, experimento cierto empacho de giros de guión que no logran sorprenderme. Estoy raro. En la calle toda la gente que jamás acude a los museos se calza el disfraz de filisteo y asiste a las numerosas performances que ha orquestado Gallardón en su empeño de tavestir el poblachón manchego en eje de la modernidad. Al día siguiente, alguien se me quejará de que pasó toda la noche haciendo colas y pensaré que le está bien empleado, por paleto. Me voy a la cama a sufrir pesadillas.
El domingo salgo al chino a por unos tomates y me cruzo con una pareja de yonquis muy pasados. Ella, cincuentona , anoréxica y oxigenada no desentonaría como personaje de Por Favor Mátame, como una Deborah Harry liofilizada. Él, un bakala completamente tronado que a cada rato se arrodilla a los pies de su acompañante. Me alejó de ellos; a ver si el chaval va a necesitar de una demostración de poderío ante su hembra y me amargan la mañana. Es lo que tiene vivir cerca de una de las paradas del metabús que hay gente con mucho vicio necesitada de trankimazin. Me había propuesto no comprar el periódico pero me traiciono y me siento en un banco a ojearlo. A las cuatro páginas pienso que hubiera sido más solvente comprarme el Qué Me Dices. Al menos trae fotos de tías macizas.
Retomo mis lecturas mientras escuchó los ruidos del piso de arriba, de las mismas dimensiones que el mío. Solo que habitado por abuela y madre alcohólicas, el novio eventual de la madre y una chica que parece hermana de su madre de tan temprano que debió parirla. Y un perro. La niña me da lástima porque cada vez que alguien discute en su casa y eso sucede cada tarde, se pone a cantar canciones de Operación Triunfo y no entona nada mal. Se les ha debido ir la mano con el vino y la bronca durará toda la tarde hasta bien entrada la noche y me apunto dejar mi despertador sonando a la mañana siguiente. Es eso o llamar a los de Callejeros. Mientras, yo a lo mío: la música lo suficiente alta para acallar los gritos y refugiarme en mi lectura. Ahora voy por Patti Smith y todo el rollo artie que me repugnaría si no fuese porque Horses es un disco apabullante.
Podemos discutir muchas cosas pero no que el domingo por la noche es lo más deprimente de un fin de semana sin pasta. Ni siquiera te puedes agarrar a la belleza del recuerdo. Enciendo la tele consciente de que nada me sacará de mi spleen y me equivoco: el nuevo programa de Sánchez Dragó es tan demencial que no puedo evitar verlo al completo. Todo un trip egocéntrico con hija incluida. Su highlight es Fernando Arrabal, frente a una obra del Ayuntamiento, preguntando a los peatones por el salón de baile subterráneo que está construyendo Gallardón. Por fin, me rio.
6 comments:
Comprar el periódico es un acto de despilfarro impropio de un cartujo. Hace un año me quedé en la más absoluta de las ruinas, y pensé que en un años me habría recuperado. Ahora tengo un año más.
Deberíamos hacer un club de arruinados con ganas de pasarlo bien, te lo digo.
Comprar el periódico es un acto de despilfarro impropio de un cartujo. Hace un año me quedé en la más absoluta de las ruinas, y pensé que en un año me habría recuperado. Ahora tengo un año más.
Deberíamos hacer un club de arruinados con ganas de pasarlo bien, te lo digo.
Club de Empresarios Mendigos, S.L.
Menos mal que existe la termodinámica. Sí, ella lo tiene claro, cuando existe desorden ella lo tiene claro y lo cambia todo. Lo que quizás nos resulte más difícil es esperar a que dicho desorden sea suficiente para que se produzca el cambio, esta parte de la ciencia tiene una paciencia que a mí personalmente me parece infinita comparada con la que tenemos los humanos. ¿Cuántas oportunidades nos tiene que dar? ¿Cuánto tenemos que abusar de ella?...me ha hecho preguntarme todo esto… (Fdo. alguien de ciencias).
Pues para cuando acabes con "Por favor..", te recomiendo vívamente "El otro Hollywood". Si no hay pasta, yo te lo presto encantado...
abrazo!
Sí, justo ayer me ese libro. Me lo apunto.
Un abrazo
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