Escucho en la radio que España ostenta el nosecuántos puesto de países en días vacaciones disfrutados, con 36 al año de media. Me pregunto quién es el cabrón que está gozando de los veintimuchos días que no he disfrutado durante estos dos últimos años. Y como estoy insomne me vengo a la oficina a escribir algo en un estado cercano al delirio. Afortunadamente, fui uno de los dos millones de españolitos que marcharon de puente. Lo que tiene estar sin un euro es que uno depende de la caridad para programar su ocio. Por suerte, tengo colegas hospitalarios que se rascan el bolsillo en aras de mi salud mental y acepté la amable invitación de Dani de subirme a Castro.
Hace un par de semanas mi hermano me hizo un test de la revista de Ana Rosa:
- Define felicidad:
- Fumarme un pitillo con la vista perdida en el mar.
Dos cosas que me gustan sobremanera: fumar y mirar al horizonte, si es marítimo mejor. Y básicamente a esto fui.
Dani está en Castro horadando un monte que se interpone en la trayectoria de la autovía de circunvalación de Bilbao. Es lo que tiene ser un desplazado que trabaja con explosivos en Euskadi que te pagan mejor que a un ministro. Por muy ingeniero que seas, el ambiente de la obra asilvestra, así que está todo el día soltando procacidades y olisqueando el trasero de las cuarentonas, que en Castro se cuidan cosa mala. El tío se ha alquilado un pisazo con terraza y vistas al puerto: un baja-bragas en toda regla, como dice él. Y es generoso.
Nos recibió con los primeros de la treintena larga de gin-tonics que prepararía durante nuestra visita. El gin-tonic es uno de esos amores tardíos que uno disfruta con la intensidad del que anhela recuperar el tiempo perdido. Y venga más: que si cañas, que si tapas, que si pinchos… Al despertarme el domingo y ver el mar desde mi habitación caí en la cuenta de que aún no había probado el agua de Castro pero ni tenía resaca ni la contractura que me atenazaba los hombros desde semanas. Eché un vaso al coleto y salí a pasear por el espigón. Rato después, mientras mi amigo pagaba la enésima cuenta de almejas, gambas y chuletón le solté:
- Serás un facha, pero esto que haces es socialismo en estado puro, tío.
Redistribución de la riqueza lo llaman los cursis.
Y mientras hablamos de Barack (ahora que es colega del presidente es bueno empezar a tutearnos). Opino que lo de su nobel es muy tranquilizador: me preocupaba que en España nos estuviésemos volviendo locos de remate y ahora tengo la certeza de que se trata de una pandemia de idiocia.
Entre las muchas anécdotas, la de un mecánico de la obra que llevaba en su guantera un espray con gasolina para rociarse al volver a a casa los días que va de putas.
Y este temita dedicado al alegre divorciado:
1 comment:
Me apunto lo del spray gasolina. Pero a nivel negocio. Deberíamos pensar en spray oficina, spray calle...
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