Mi viejo era bancario. No banquero, bancario. Uno de esos tipos frente a los que nos desesperamos tras una ventanilla. Aunque no era de los que actualizaban libretas tampoco tuvo jamás un despacho. No obstante, se las arregló bastante bien para sacar adelante una familia. Y de aquellos polvos vienen estos lodos.
La familia y la economía familiar han tenido tanta importancia en mi vida como en la de cualquiera. No sé qué será nacer en uno de eso hogares pudientes en los que cualquier impulso del vástago queda inmediatamente satisfecho: Que el niño se pone a cantar el Money for nothing con su raqueta de tenis, guitarra al canto, por si poseyera dotes musicales; que al chaval le inspira la amplitud del océano, crucero familiar o un yate ya puestos, vaya a ser que tenga vocación de patrón (porque de marino en la campaña del fletán, como que no…). Debe ser la leche tener tantas oportunidades; o quizás no tanto a juzgar por la imbecilidad, diríase congénita, que muestran los aludidos cada vez que el foco se acerca y no digo nada si es un micrófono.
El caso es que mi padre era bancario y yo en mi niñez pensaba que eso de “me voy al banco” era algo importante porque mi padre lo era. Y deduje que los bancos eran una cosa seria y responsable, a imagen de mi viejo. Es curioso como uno arrastra las creencias con que te cargas durante la infancia.
Con el tiempo, vas desmontando mitos y te das cuenta de que los bancos no son algo serio. Creen serlo, se esfuerzan en parecerlo pero no son algo serio. La actual crisis lo revela y aún más, demuestra que no están por la labor de aprender a serlo. De hecho, son una de las instituciones más risibles de cuantas conozco. Claro que con la risa chisporroteante de la tira bacon que se sofríe en la sartén.
Durante 2010 mi pasatiempo favorito fue cosechar cartas de impago y llegué a reunir una variada colección. Formaba parte de su estrategia de sometimiento; la del banco, se entiende. Había acudido a la sucursal porque (ya he dicho que mi padre era bancario) atravesaba una mala racha. En la sucursal me sonrieron y me trataron amables pero su sistema informático no dejó de emitir una sola de las cartas informativas de los impagos que sucedían en mis cuentas. Y yo con los nervios destrozados porque a esas cosas les daba bastante importancia.
Leo estos días que el anterior director de Caja Madrid pretendía jubilar a sus secuaces con diez millones de euros por barba. A mi viejo nunca le cayó bien el tal Miguel Blesa y eso que hay una foto con él de cuando la medalla a los 25 años de servicio. Me parece un mal chiste, después del zillón de millones que les hemos entregado para camuflar su nefasta gestión que aún pretendan premiarse por ello. Si tuviera huevos agarraría un arma y liquidaría banqueros, pero ya les digo que mi padre era bancario…
1 comment:
:-)
sweet memories
Post a Comment