La otra tarde iba caminando por el Parque del Oeste y me encontré con Buda. A pesar de que estaba bastante más delgado de cómo lo pintan y de las Ray Ban con las que trataba de pasar inadvertido, el aura lo delataba. Aunque soy de natural tímido, no pude evitar asaltarle como una vulgar groupie.
- ¿Perdona, pero tú eres Buda, verdad?
- Vaya, me has cazado, chaval.
- Tenía ganas de conocerte. Llevo tiempo leyendo sobre ti y me mola tu rollo. Me parece mucho más sano que el judeocristiano en que fui educado, haciendo tanto énfasis en el dolor y el sufrimiento.
- Siempre digo que Jesús esconde un masoquista en su interior. Él dice que lo hace para atraer la atención sobre su mensaje… pero yo creo que se equivoca de estrategia…
- Yo me puse muy malito el día de mi primera comunión, con fiebre y todo. Y creo que fue de la impresión que me daba lo de comer su cuerpo y beber su sangre. Y lo de la crucifixión… qué repelús.
- Hombre, si te sirve de consuelo te puedo asegurar que no sufrió en absoluto. Aquello fue pura mercadotecnia. Aunque ahí le doy la razón: si hubiera muerto de una gripe la resurrección hubiera sido bastante menos comentada.
- Ya, ya… entonces ¿me estás diciendo que la religión correcta es la cristiana?
- No.
- ¿Pero si Jesús resucitó…?
- Claro, pero es que todas las religiones son acertadas. Y ninguna. Es una decisión estrictamente personal sobre la que, además, nadie puede opinar: se trata de una experiencia muy subjetiva. Ayer, me crucé con un tipo que adoraba los hurones y llevaba una vida virtuosa con la intención de encarnarse en uno de ellos. Pues también esta religión es cierta. Te digo más: probablemente el tipo consiga ser un hurón en su próxima reencarnación.
- Vaya tela… No sé si me entero bien. Verás, es que soy nuevo en esto de la espiritualidad y estoy hecho un lio. Como te he dicho, me mola tu rollo... Lo de la contemplación y la extinción del deseo…
- ¿Extinción del deseo, pero de qué me estás hablando? Tú no te has enterado de nada.
- Sí, hombre. Aquello de que la extinción del deseo conduce al nirvana, a la felicidad.
- Lo dicho, majo, no pillas una… Vamos a ver… Puedes hacerme el favor de mirar en tu interior ¿qué encuentras?
- Huesos y tripas.
- Mira, no voy a perder el tiempo. Si te vas a poner cínico, me marcho a meditar debajo de un chopo.
- Vale, vale, no te mosquees… es que aún me cuesta un poco todo esto… observo que mi interior está plagado de… ¡deseos!
- Entonces, como iba a ser tan tonto de inventar una religión que predicara algo tan contra natura.
- Pues eso dicen los libros.
- Los libros, los libros… te fías demasiado de los libros y que yo sepa no dejé escrita una sola línea… Al final los discípulos siempre aprovechan para colar alguna de sus ideas, en fin…
- ¿Entonces? ¿Es todo falso?
- Falso no, pero muy matizable. Lo que yo creo es que estamos destinados a desear y es natural que así sea. De lo contrario el 99% de los ciudadanos no se levantarían de la cama, ni saldrían de sus casas, ni el hombre hubiera evolucionado. Si es que a esto se le puede llamar así…. Nuestra única misión es desear poniendo toda el alma en ello.
- Mira, Buda, no me vaciles. En tercero de básica yo estaba enamoradísimo de Clarita, la vecina de abajo. Y pese a que me tiré todo el verano cortejándola en el parque, al final se fue con uno de un curso mayor.
- Porque el deseo no garantiza resultados, tan solo la experiencia. Lo que tú debías aprender en aquel momento no era a ligarte a Clarita, sino la lección de la derrota. Una lección que sin saberlo te ha conducido a conocer a otras Claritas mucho más interesantes y menos relamidas que aquella.
- Hombre, razón tienes… Entonces, me dices que la clave no está en negar el deseo….
- No hay que negar nada. Ni siquiera tus sentimientos homicidas contra tus compañeros de oficina. Lo que conviene es no dejarse amargar por ellos.
- ¿Y eso cómo se logra? A veces es difícil…
- Hay muchas maneras pero yo recomiendo, la de anular el ego por sus beneficiosos efectos secundarios. Admitir que tu preciada personalidad no es sino un entramado dependiente en gran medida del azar, de unas circunstancias y relaciones que no controlas. El orden y el control son la ilusión en la que se refugian las mentes poco creativas. Y la tuya lo es bastante; no en vano te estás imaginando esta charla.
- Vale, pongamos que te creo (cosa que está por ver). Qué consigo con esto.
- El bien más preciado en este momento que te ha tocado vivir: El desapego.
- ¿El desapego?
- No tiene nada que ver con el desprecio o la falta de amor sino con la certeza de transitoriedad. La consciencia de que todo es contingente: tu trabajo, tus posesiones, tu familia, tus afectos hasta tú mismo eres transitorio. Medita en ello y comprobarás lo fácil que resulta liberarte.
- ¡Fácil decirlo cuando se es un santo!
- ¿Qué te crees que yo no me desespero? Pues igual que todos. Pero no permito que la desesperación me posea. Los sentimientos, son como los vampiros: no pueden entrar si no se les abre la puerta.
- No sé, Buda. Flipo un poco con todo esto.
- Flipa, flipa… la capacidad de asombro es un don maravilloso. Bueno, te de voy a dejar que llego tarde a una iluminación… Por cierto, no tendrás un pitillo que me he quedado sin tabaco.
2 comments:
Hoti, qué bueno!
Es verdad. La clave no está en no desear, sino en no aferrarte a las cosas y relativizar, porque todo es pasajero. Aunque yo, que soy de formación judeocristiana, me aferro a los sentimientos. Te hunden en la miseria o te hacen la vida más agradable pero te convierten en humano.
Estefi, tía... que es mi primer post sobre trascendencia, déjame cancha! ja ja ja... En serio, a mi los ciborgs emocionales con que me he topado nunca me cayeron nada bien. Pero eso tampoco significa que uno tenga que estar a merced de los sentimientos igual que una heroina de las hermanas Bronte. Mira, me has regalado inspiración para otro post. Un abrazo!
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