Wednesday, July 18, 2012
EL FIN DE LA LUCHA
Creo que ya he librado todas las batallas que mi alma necesitaba para conocer que no existe la victoria ni la derrota. Y la voluntad es tan solo una ilusión del ego. Toca descansar.
Tuesday, July 10, 2012
SIN ARREPENTIMIENTO NO HAY REDENCIÓN (SOBRE LA CRISIS)
No me defino como cristiano como tampoco soy exactamente budista,
ni hinduista, ni nada…. Considero las religiones como un sucedáneo del
elemento espiritual que reside en nuestro interior. semejantes a radiofórmulas del espíritu. Y siempre preferiré la elevación de una cantata de
Bach, o el desgarro de un Josele Santiago antes que cualquier manifestación más
digerible y depauperada. Pero es evidente que las radofórmulas gozan de un enorme éxito
popular, igual que las religiones.
Digresiones aparte, pese a mi areligiosidad debo admitir un enorme
respeto por los usos y costumbres que han perdurado a lo largo del tiempo.
Siempre afirmo que si un fenómeno ha superado la criba del tiempo será porque, en
cierto modo, cumple una función. La evolución es inmisericorde con aquello que
no opera.
Fijémonos ahora en la institución de la
confesión, tal como la entienden el cristianismo y sus derivados. La confesión es guay porque nos permite volver
a empezar. Es la solución social (también espiritual pero lo uno es reflejo de
lo otro) para integrar nuestra naturaleza imperfecta. La evidencia de que no
tenemos ni puta idea de qué hacemos aquí y que el único modo de avanzar es el ensayo-error (iluminaciones
aparte). “El que tiene boca se equivoca” dice el refranero y o nos concedemos
un mecanismo de perdón o desmontamos el chiringuito. Hasta el procesador de
textos desde el que estoy escribiendo tiene la función “deshacer” e imaginaos,
por un momento, que no fuera así….
Abundo en la perdurabilidad como argumento pero, además, es que su
mecanismo de ejecución está muy bien articulado: El reconocimiento del error,
el arrepentimiento (señal inequívoca de la toma de conciencia), la propia confesión (mejor en privado ante la
figura del sacerdote que debiera ejercer
exclusivamente de canal), el propósito de enmienda y la penitencia (como
mecanismo mnemotécnico, no de humillación) y al fin el perdón (uno de los
sentimientos más sagrados que uno pueda experimentar) son un reflejo muy exacto
de cómo opera nuestro espíritu.
Creed si afirmo que sé bastante sobre crisis y por eso me
alarmo cuando veo lo que está sucediendo en las postrimerías de la última. Admitamos que se obró con
ignorancia (sabemos que no fue así pero tomémoslo como hipótesis de trabajo),que
nadie trató de engañar, especular, ni aprovecharse del prójimos, que no se vieron
venir las consecuencias (ya, ya… todo falso
pero continuemos…), que nos llegó la mierda hasta el cuello y entonces… ¡todo
siguió igual! Precisamente, este seguir igual valida la hipótesis de que la
crisis fue premeditada y que al igual
que en las novelas de misterio, el beneficio del delito señala los culpables. Negarse a confesar invalida cualquier
pantomima de arrepentimiento y por tanto la conciencia de los errores cometidos.
Y por tanto no fueron errores: sino cálculo, tan premeditado como perverso.
Si me sigues, sabrás que me gusta definir la el último crack
como “la crisis de la codicia” (si no, deberías leerme más). Esa codicia es la
que habría que depurar pero no parece que haya intención de hacerlo. Al
contrario, hemos decidido maquillar al muerto y volver a ponerlo en la verbena como si nada hubiera pasado, a pesar de
que el cadáver ya atufa. Otra ronda que
aquí no ha pasado nada, claman algunos con la sonrisa en la boca. Pero sí ha
pasado: Y todo ese sufrimiento no puede ignorarse; so pena de incurrir en el
castigo humano que, a las bravas y como
demuestra la Historia, termina siendo mucho más cruel y menos misericordioso que el divino.
Monday, July 02, 2012
MONRISE KINGDOM
Pocas veces al terminar una película uno siente la necesidad de aplaudir. Se ha hecho de la sorpresa un bien tan escaso que cuando aparece casi nos pilla con el paso cambiado. Por eso Wes Anderson sigue siendo uno de mis dioses particulares, capaz de obrar el milagro, de alejarse de caminos trillados y mantenerme con los ojos tan abiertos como los del par de críos protagonistas de Monrise Kingdom.
Wes Anderson es un dios porque consigue crear un universo propio. Al estilo de un Tim Burton degustador de extravagancias anacrónicas y dotado de un buen gusto formidable que se contagia incluso a sus bandas sonoras (en este caso, a base de fragmentos de Henry Purcell orquestados por Benjamin Britten). No obstante, en alguna de sus películas esta evidente virtud se transforma en defecto al supeditar la historia a su poderío estético. No es el caso de Monrise Kingdom donde precisamente lo conmovedor es la historia de amor de sus infantiles héroes, destinados a dar una lección de savoir faire a todo su entrono.
Outsiders de corta edad que lo tienen cristalino.
- Ni vosotros me gustáis a mí, ni yo os gusto a vosotros ¿por qué no nos dejamos en paz de una vez? - reclama él, en un momento.
- No pretendía otra cosa que traicionar a mi familia - confiesa ella, en otro.
La familia como trasunto de la sociedad vuelve a ser diana para Anderson, que demuestra que la vida en la idílica Nueva Inglaterra puede resultar igual de rancia que en cualquier otra sociedad que mantenga sus instituciones sin cuestionarlas. Y dos niños raros, pero con la consciencia de que si no emprenden su fuga habrán perdido todo por lo que merece la pena vivir.
Los actores, todos freaks con denominación de origen, desde el sempiterno Bill Murray a un inspirado Edward Norton pasando por un Bruce Willis de solvencia crepuscular y una Frances McDormand eterna víctima de su propia apatía, están todos de lujo en este alegato esteticista sobre el poder del deseo y la disidencia.
Salir de esta fábula maravillosa y encontrarme con un país a punto de derribo celebrando su victoria en la Eurocpa fue como sufrir un derrame cerebral.
Wes Anderson es un dios porque consigue crear un universo propio. Al estilo de un Tim Burton degustador de extravagancias anacrónicas y dotado de un buen gusto formidable que se contagia incluso a sus bandas sonoras (en este caso, a base de fragmentos de Henry Purcell orquestados por Benjamin Britten). No obstante, en alguna de sus películas esta evidente virtud se transforma en defecto al supeditar la historia a su poderío estético. No es el caso de Monrise Kingdom donde precisamente lo conmovedor es la historia de amor de sus infantiles héroes, destinados a dar una lección de savoir faire a todo su entrono.
Outsiders de corta edad que lo tienen cristalino.
- Ni vosotros me gustáis a mí, ni yo os gusto a vosotros ¿por qué no nos dejamos en paz de una vez? - reclama él, en un momento.
- No pretendía otra cosa que traicionar a mi familia - confiesa ella, en otro.
La familia como trasunto de la sociedad vuelve a ser diana para Anderson, que demuestra que la vida en la idílica Nueva Inglaterra puede resultar igual de rancia que en cualquier otra sociedad que mantenga sus instituciones sin cuestionarlas. Y dos niños raros, pero con la consciencia de que si no emprenden su fuga habrán perdido todo por lo que merece la pena vivir.
Los actores, todos freaks con denominación de origen, desde el sempiterno Bill Murray a un inspirado Edward Norton pasando por un Bruce Willis de solvencia crepuscular y una Frances McDormand eterna víctima de su propia apatía, están todos de lujo en este alegato esteticista sobre el poder del deseo y la disidencia.
Salir de esta fábula maravillosa y encontrarme con un país a punto de derribo celebrando su victoria en la Eurocpa fue como sufrir un derrame cerebral.
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