Friday, May 30, 2008
Thursday, May 29, 2008
PUNTUALIDAD CRÓNICA
Hace tiempo me atracaron quitándome el reloj y me dije: qué bien, ya tengo excusa para ser impuntual. Pero llevo una década intentándolo y no lo consigo. Tengo varios amigos impuntuales y quisiera parecerme a ellos: que la gente me espere durante horas, pero no hay manera. Mira que me entretengo, salgo tarde de casa, camino más despacio, escojo el camino más largo y nada, siempre llego a tiempo. Un día de estos tendré que consultar el problema con mi amiga sicóloga.
FEDERICO, EN EL BANQUILLO
Bien que me alegro de la “traición” de los políticos del PP llamados a declarar por el imputado, en el juicio de Gallardón contra Jiménez Losantos. El error estratégico de su defensa ratifica mis simpatías hacia el locutor. La desmemoria y la negación de Zaplana, Acebes y Aguirre evidencian que no hay confabulación y que el tipo se está batiendo sin guardaespaldas. Lo intuía.
Soy un hombre de radio. Quizás la culpa la tiene mi madre que despertaba a la familia con el serial de Los Porretas y los soliloquios de Luis Sánchez Pollack en Protagonistas. Después vestí brazalete negro el día que Alfonso Guerra y su Ley de Ordenación de las Telecomunicaciones clausuraron la Cadena del Water, imprescindible en mi formación musical. Me pasé a Antena 3 y escuché el último programa de José Luis Balbín, antes de que PRISA adquiriera la emisora para acabar a golpe de talonario con su competidor. Años después, parte de la crew de Antena 3 fue reapareciendo y servidor derramó una lágrima por el genial Carlos Pumares, convertido en mono de feria de Sardá. Aunque ahora no sea sino una xarnega agradecida, algo semejante ocurrió con Julia Otero, en cuyos gabinetes descubrí al filósofo Gustavo Bueno y al antropólogo Manuel Delgado. También silenciaron a la Otero por culpa de los cambios en el accionariado de la emisora, privándome por bastante tiempo del discurso de dos pensadores capitales en mi devenir intelectual. Últimamente me despierto con Losantos, básicamente porque no hay otra opción que me resulte creíble. Es tendencioso en su defensa del liberalismo, pero no lo oculta bajo una máscara de objetividad, para después conchabar con el presidente del Gobierno cuando cree que las cámaras no graban. Federico es incorrecto y a mí este tipo de personas me pierden. Me parece muy grave que un político le haya sentado en el banquillo de los acusados. Muy grave porque si prosperan los intentos, por parte del poder, de amordazar las voces que disienten asistiremos al alumbramiento de una sociedad mucho menos libre, más siniestra y cobarde.
Soy un hombre de radio. Quizás la culpa la tiene mi madre que despertaba a la familia con el serial de Los Porretas y los soliloquios de Luis Sánchez Pollack en Protagonistas. Después vestí brazalete negro el día que Alfonso Guerra y su Ley de Ordenación de las Telecomunicaciones clausuraron la Cadena del Water, imprescindible en mi formación musical. Me pasé a Antena 3 y escuché el último programa de José Luis Balbín, antes de que PRISA adquiriera la emisora para acabar a golpe de talonario con su competidor. Años después, parte de la crew de Antena 3 fue reapareciendo y servidor derramó una lágrima por el genial Carlos Pumares, convertido en mono de feria de Sardá. Aunque ahora no sea sino una xarnega agradecida, algo semejante ocurrió con Julia Otero, en cuyos gabinetes descubrí al filósofo Gustavo Bueno y al antropólogo Manuel Delgado. También silenciaron a la Otero por culpa de los cambios en el accionariado de la emisora, privándome por bastante tiempo del discurso de dos pensadores capitales en mi devenir intelectual. Últimamente me despierto con Losantos, básicamente porque no hay otra opción que me resulte creíble. Es tendencioso en su defensa del liberalismo, pero no lo oculta bajo una máscara de objetividad, para después conchabar con el presidente del Gobierno cuando cree que las cámaras no graban. Federico es incorrecto y a mí este tipo de personas me pierden. Me parece muy grave que un político le haya sentado en el banquillo de los acusados. Muy grave porque si prosperan los intentos, por parte del poder, de amordazar las voces que disienten asistiremos al alumbramiento de una sociedad mucho menos libre, más siniestra y cobarde.
Tuesday, May 27, 2008
TÉ DE JAZMÍN
En su primera cita él pidió un té de jazmín. Después, ella le preparó amorosamente su infusión favorita cada mañana, durante los quince años que llevaban de matrimonio. Y él se atragantaba con aquel maldito brebaje que había pedido solo por hacerse el interesante.
Wednesday, May 21, 2008
UNA JORNADA FANTÁSTICA
Desde que despertó por la mañana Arturo se sentía extraño, más ligero, como si durante el sueño hubiese mudado de piel como las serpientes. Tras asearse, salió de su casa como si nada. Al llegar a su trabajo y saludar al conserje, éste le preguntó dónde iba el señor.
- No seas guasón Damián, voy para la jaula– respondió.
El conserje desconcertado afirmaba no conocerle y Arturo temió por la salud mental del pobre hombre.
- Damián, no se preocupe. Voy al departamento de Ventas. Ahora bajo con alguno de los chicos.
El conserje accedió y Arturo subió al ascensor pensando en qué cosa más rara y si el pobre conserje no habría sufrido una embolia.
Como aún faltaba un rato para fichar, acudió a la cocina a tomar un café con sus compañeros.
- Buenos días, por las mañanas- era su saludo habitual pero los otros se quedaron pasmados como si fuera la primera vez que le veían- ¿Qué pasa chicos? Basta de bromas. Ahora lo entiendo todo: estáis conchabados con el conserje para gastarme una inocentada.
Intentó que los otros cediesen pero no hubo forma. Mosqueado, se marchó a su puesto. Abrió su cajón para sacar los informes pero lo encontró vacio. Aquello era lo último: habían hurgado entre sus cosas. En estas entró el encargado y se encaró con él:
- ¡Si queréis largarme, no teníais más que decírmelo!
- ¡Qué dice usted, suélteme las solapas o llamo a seguridad!
Arturo salió del edificio desconcertado. Qué coño estaba ocurriendo. Acudió a su bar de cabecera en busca de consuelo. No era bebedor mañanero pero necesitaba una copa.
- ¡Paco, ponme un chupito de lo que sea, no puedes imaginar lo que me ha pasado!
- Aquí tiene el señor- El tono era amabley cortés: exactamente el mismo que emplearía Paco con cualquier otro cliente. ¿Y ese “señor”? en su vida le había llamado “señor”, ni falta que hacía.
- Pero, coño, Paco no me conoces. Soy Arturo.
- Disculpe, señor, por aquí pasa mucha gente cada día.
Aquello rayaba lo insoportable. Decidió llamar a Cristina para contárselo. Ella era mucho más calmada y seguro que tenía una explicación razonable. Encendió el móvil, seleccionó la agenda en el menú y descubrió que estaba en blanco. Cojones. No necesitaba de agenda para marcar el teléfono de su chica.
- ¿Diga?
- Cris, soy yo.
- ¿Quié…?
Click. No tenía sentido seguir. Al parecer, ya no era quién solía. Aquello parecía un mal sueño y tal pensamiento le hizo sentirse exhausto. Decidió regresar a su casa, dormir un rato y comprobar si al despertar todo seguía igual. Llegó a su apartamento y no pudo abrir la puerta. Las llaves no encajaban en la cerradura. Para colmo, en el interior, se escuchaba el murmullo de una conversación. Bajó al portal para comprobar en el buzón que, efectivamente, ya no vivía allí.
Salió a la calle, era un día primaveral y hermoso. Se sentía extraño pero no preocupado: al fin y al cabo ya estaba harto de su trabajo, de su novia y de sí mismo.
- No seas guasón Damián, voy para la jaula– respondió.
El conserje desconcertado afirmaba no conocerle y Arturo temió por la salud mental del pobre hombre.
- Damián, no se preocupe. Voy al departamento de Ventas. Ahora bajo con alguno de los chicos.
El conserje accedió y Arturo subió al ascensor pensando en qué cosa más rara y si el pobre conserje no habría sufrido una embolia.
Como aún faltaba un rato para fichar, acudió a la cocina a tomar un café con sus compañeros.
- Buenos días, por las mañanas- era su saludo habitual pero los otros se quedaron pasmados como si fuera la primera vez que le veían- ¿Qué pasa chicos? Basta de bromas. Ahora lo entiendo todo: estáis conchabados con el conserje para gastarme una inocentada.
Intentó que los otros cediesen pero no hubo forma. Mosqueado, se marchó a su puesto. Abrió su cajón para sacar los informes pero lo encontró vacio. Aquello era lo último: habían hurgado entre sus cosas. En estas entró el encargado y se encaró con él:
- ¡Si queréis largarme, no teníais más que decírmelo!
- ¡Qué dice usted, suélteme las solapas o llamo a seguridad!
Arturo salió del edificio desconcertado. Qué coño estaba ocurriendo. Acudió a su bar de cabecera en busca de consuelo. No era bebedor mañanero pero necesitaba una copa.
- ¡Paco, ponme un chupito de lo que sea, no puedes imaginar lo que me ha pasado!
- Aquí tiene el señor- El tono era amabley cortés: exactamente el mismo que emplearía Paco con cualquier otro cliente. ¿Y ese “señor”? en su vida le había llamado “señor”, ni falta que hacía.
- Pero, coño, Paco no me conoces. Soy Arturo.
- Disculpe, señor, por aquí pasa mucha gente cada día.
Aquello rayaba lo insoportable. Decidió llamar a Cristina para contárselo. Ella era mucho más calmada y seguro que tenía una explicación razonable. Encendió el móvil, seleccionó la agenda en el menú y descubrió que estaba en blanco. Cojones. No necesitaba de agenda para marcar el teléfono de su chica.
- ¿Diga?
- Cris, soy yo.
- ¿Quié…?
Click. No tenía sentido seguir. Al parecer, ya no era quién solía. Aquello parecía un mal sueño y tal pensamiento le hizo sentirse exhausto. Decidió regresar a su casa, dormir un rato y comprobar si al despertar todo seguía igual. Llegó a su apartamento y no pudo abrir la puerta. Las llaves no encajaban en la cerradura. Para colmo, en el interior, se escuchaba el murmullo de una conversación. Bajó al portal para comprobar en el buzón que, efectivamente, ya no vivía allí.
Salió a la calle, era un día primaveral y hermoso. Se sentía extraño pero no preocupado: al fin y al cabo ya estaba harto de su trabajo, de su novia y de sí mismo.
Tuesday, May 20, 2008
EL ANIMAL QUE LLEVO DENTRO
Tras la última oleada de crímenes, al caer la noche todo el pueblo corría a sus casas, cerraba sus puertas, apuntalaba ventanas y cargaba sus escopetas. Sin embargo, ninguno de los vecinos sufría tanto como Dieter: el Hombre-Lobo incapaz de gobernar la bestia que moraba en su interior.
Friday, May 16, 2008
PENSANDO NO SE LLEGA A NÁ
Leo en el blog de Raquel algo muy inspirador: “Quizá es porque la vida es menos compleja -y más valiosa- de lo que he pensado siempre...” Viene a cuento por algo que vengo rumiando desde hace mucho tiempo: la certeza de ser irremediablemente tonto; al respecto, el título de mi blog ya es todo un aviso para navegantes. Lo que los demás obtenían con naturalidad y alegría, a mí me costaba un calvario. Quizás por eso empecé a leer y a pensar. A pensar tonterías, claro.
Hay un episodio de los Simpsons en que un tal Frank Grimes, el pobre, lo tiene todo en contra. Grimes es un hombre hecho a sí mismo con enorme esfuerzo y en continua lucha contra la adversidad. Cuando entra a trabajar en la central nuclear, se lleva las manos a la cabeza al comprobar todo lo que a Hommer le ha regalado la vida, siendo un patán, tosco e inculto. El episodio es de mis favoritos porque, secretamente, algo me identifico con el pobre diablo. Por otro lado, en ocasiones pienso que si me hubiera enfrentado a la vida con la actitud despreocupada y pastueña, que tan buenos resultados reporta en otros, servidor estaría, a estas alturas, bastante jodido.
Pensando no se llega a ná ironizaba Josele en una de sus canciones y a veces pienso que es cierto. La de vueltas que le damos a los asuntos de la vida para llegar al mismo punto que el resto, pero por el camino más largo. Quiero soñar que con ello se obtiene una clarificadora visión panorámica, pero cada día me lo creo menos. Precisamente porque la experiencia demuestra que mis mejores momentos, aquellos que podría calificar de plenos, casi extáticos, en los que el tiempo se detiene y te quedarías allí a vivir, suceden sin mediación de pensamiento o estrategia alguna.
Tal vez, en realidad no seamos sino émulos del Mago de Oz y necesitemos parapetarnos bajo una envoltura monumental para disfutar de una película, un paseo por el campo, una noche de conga o la compañía de las personas que amamos. Tal vez. En mi descargo solo puedo argumentar, igual que Jessica Rabbit: “…me dibujaron así”.
Hay un episodio de los Simpsons en que un tal Frank Grimes, el pobre, lo tiene todo en contra. Grimes es un hombre hecho a sí mismo con enorme esfuerzo y en continua lucha contra la adversidad. Cuando entra a trabajar en la central nuclear, se lleva las manos a la cabeza al comprobar todo lo que a Hommer le ha regalado la vida, siendo un patán, tosco e inculto. El episodio es de mis favoritos porque, secretamente, algo me identifico con el pobre diablo. Por otro lado, en ocasiones pienso que si me hubiera enfrentado a la vida con la actitud despreocupada y pastueña, que tan buenos resultados reporta en otros, servidor estaría, a estas alturas, bastante jodido.
Pensando no se llega a ná ironizaba Josele en una de sus canciones y a veces pienso que es cierto. La de vueltas que le damos a los asuntos de la vida para llegar al mismo punto que el resto, pero por el camino más largo. Quiero soñar que con ello se obtiene una clarificadora visión panorámica, pero cada día me lo creo menos. Precisamente porque la experiencia demuestra que mis mejores momentos, aquellos que podría calificar de plenos, casi extáticos, en los que el tiempo se detiene y te quedarías allí a vivir, suceden sin mediación de pensamiento o estrategia alguna.
Tal vez, en realidad no seamos sino émulos del Mago de Oz y necesitemos parapetarnos bajo una envoltura monumental para disfutar de una película, un paseo por el campo, una noche de conga o la compañía de las personas que amamos. Tal vez. En mi descargo solo puedo argumentar, igual que Jessica Rabbit: “…me dibujaron así”.
Tuesday, May 13, 2008
VAGABUNDOS
Camino del trabajo me cruzo con varios vagabundos. Arranca la jornada e imagino que les desalojan de los cajeros automáticos y puentes donde descansan y se encuentran con un día entero sin nada que rascar. Un vagabundo a primera hora parece aún más desamparado; sin embargo, mi compasión posee un regusto de envidia.
A mi manera, también fui vagabundo durante un par de años. Fue al comenzar los estudios en la universidad. Una secuencia de catástrofes me arrojó a la Facultad de Químicas y después de un par de meses de asistencia numantina, me convertí en un espíritu errante. No sabía cómo explicarle a mi familia que aquello me aburría mortalmente así que, como cuenta Bukowsky de su padre, me levantaba cada mañana y me lanzaba a las calles a hacer que hacía. En el mejor de los casos tenía algo de pasta para recogerme en la sesión matinal de un cine pero, en general, iba tan pelado que me juntaba con un amigo en la misma tesitura y nos dedicábamos a charlar y a fundir el abono transportes hasta una hora prudencial de vuelta a casa: íbamos hasta Cantoblanco a desayunar por los precios de la cafetería, visitábamos exposiciones, paramos por la acampada de Sintel, mirábamos las ofertas de discos…
Fue una época estupenda pero los resultados académicos nos delataron frente a nuestras sufridas familias. Ambos cambiamos de carrera y yo entré a trabajar en el turno de noche de una compañía telefónica. Se acabó la buena vida. Desde entonces añoro esa sensación de libertad, de carecer de la obligación de amortizar el tiempo.
A mi manera, también fui vagabundo durante un par de años. Fue al comenzar los estudios en la universidad. Una secuencia de catástrofes me arrojó a la Facultad de Químicas y después de un par de meses de asistencia numantina, me convertí en un espíritu errante. No sabía cómo explicarle a mi familia que aquello me aburría mortalmente así que, como cuenta Bukowsky de su padre, me levantaba cada mañana y me lanzaba a las calles a hacer que hacía. En el mejor de los casos tenía algo de pasta para recogerme en la sesión matinal de un cine pero, en general, iba tan pelado que me juntaba con un amigo en la misma tesitura y nos dedicábamos a charlar y a fundir el abono transportes hasta una hora prudencial de vuelta a casa: íbamos hasta Cantoblanco a desayunar por los precios de la cafetería, visitábamos exposiciones, paramos por la acampada de Sintel, mirábamos las ofertas de discos…
Fue una época estupenda pero los resultados académicos nos delataron frente a nuestras sufridas familias. Ambos cambiamos de carrera y yo entré a trabajar en el turno de noche de una compañía telefónica. Se acabó la buena vida. Desde entonces añoro esa sensación de libertad, de carecer de la obligación de amortizar el tiempo.
Friday, May 09, 2008
BIBLIÓFILO
Imaginad un momento que al abrir el messenger apareciesen en la agenda de contactos Wolfe, Pla, Casavella, Séneca, Murakami, Montaigne… Son alguno de los autores cuya obra reposa sobre mi mesa. Cuando llego a casa, me gusta echarme en el sofá, mirarlos y pensar que solo tengo que alargar el brazo para dialogar con ellos. Y, qué quieren que les diga, me reporta un inmenso placer.
Sé que estoy enfermo. Y escribo enfermo en el mismo sentido que se habla de ludópatas o drogadictos. Quizás sea una adicción menos destructiva, pero posee los componentes de compulsión y pérdida de control de las otras. La otra tarde iba justo de pasta, pero leí la reseña de un libro interesante, me crucé con una librería y no pude resistirme a entrar. ¿La factura del móvil? Ya me las apañaré. Mi actitud en las librerías es la misma que la del alcohólico que cree controlar: “una copa y nos vamos”. Y regreso a casa tambaleante con las obras completas de Lope bajo el brazo.
No es razonable, me digo cuando veo cómo se apilan los libros en mi diminuta vivienda. Voy a casa de mi madre y me encuentro media biblioteca, visito a mi hermano y allí están las cajas que amablemente me hospeda. Soy consciente de que muchos de ellos no volveré a leerlos, estoy convencido de hacer una oferta para amigos y allegados o una donación a la biblioteca más cercana. Pero, como el resto de adictos, siempre lo dejo para mañana.
Vale: “Hola, mi nombre es Mario y soy bibliófilo”.
Sé que estoy enfermo. Y escribo enfermo en el mismo sentido que se habla de ludópatas o drogadictos. Quizás sea una adicción menos destructiva, pero posee los componentes de compulsión y pérdida de control de las otras. La otra tarde iba justo de pasta, pero leí la reseña de un libro interesante, me crucé con una librería y no pude resistirme a entrar. ¿La factura del móvil? Ya me las apañaré. Mi actitud en las librerías es la misma que la del alcohólico que cree controlar: “una copa y nos vamos”. Y regreso a casa tambaleante con las obras completas de Lope bajo el brazo.
No es razonable, me digo cuando veo cómo se apilan los libros en mi diminuta vivienda. Voy a casa de mi madre y me encuentro media biblioteca, visito a mi hermano y allí están las cajas que amablemente me hospeda. Soy consciente de que muchos de ellos no volveré a leerlos, estoy convencido de hacer una oferta para amigos y allegados o una donación a la biblioteca más cercana. Pero, como el resto de adictos, siempre lo dejo para mañana.
Vale: “Hola, mi nombre es Mario y soy bibliófilo”.
Tuesday, May 06, 2008
RADICAL CHIC
Finalizado el Tratado del saber vivir para uso de las jóvenes generaciones de Vaneigem, percibo cierta inquietud intelectual. Igual que en otros textos seminales del mayo del 68 francés, encuentro una lúcida descripción de los males de la alienación productiva; encuentro aforismos memorables (“No voy a renunciar a mi parte de violencia”); pero a la hora de buscar soluciones, solo hayo poesía (lo mismo me ocurrió con el venerado La sociedad del espectáculo). Me enerva la visión idealizada del oprimido cuando se dibuja desde posiciones privilegiadas (la Universidad, en este caso).
Cae en mis manos la traducción de Radical Chic (La Izquierda exquisita) que leo del tirón. Tom Wolfe retrata la fascinación por los Black Panthers de las clases pudientes del Upper West Side, en la Nueva York de los setenta. En concreto, describe una party realizada por el matrimonio Bernstein (Leonard y Felicia) en su apartamento de trece habitaciones, con objeto de recaudar fondos para la causa negra. Entre los asistentes, lo más granado de la la cultura y el espectáculo: Otto Preminger, Barbara Walters o la esposa de Harry Belafonte, entre otros, junto con atónitos representantes de los Panteras Negras. La mezcla arroja resultados tan desternillantes como clarificadores.
Fruto de la culpa, la ignorancia y el miedo, las clases privilegiadas forjan una falsa imagen de las capas bajas. Al igual que Rosseau hizo con su buen salvaje, producen una idealización de la baja estofa, transformándola en seres “primarios y vitales”. Así, ellos proponen alianzas con civilizaciones que aniquilarían sin pestañear su cultura; ellos cantan al sacrificado minero desde sus piscinas; ellos te abroncan por no colaborar con una oenegé o pasar de manifestaciones que anuncian otros mundos posibles. Ellos: escoria culpable y prescindible.
P.S. En La Ciudad que fue, un recién licenciado Federico Jiménez Losantos detalla la experiencia de impartir clases de comunismo a los obreros en las aulas de Can Serra. Lo que sigue es el poso que dejó una de sus alumnas, que soñaba con regresar a su tierra y fundar una familia:
«Con ninguna de las chicas de las Ramblas, de la Universidad, podría haber tenido yo entonces esa conversación. Ninguna quería o debía tomarse la vida tan en serio. Ella sí. Nos despedimos en la puerta de la casa: un beso en el rinconcito de los labios, ni de amistad ni de pasión. Era una chica formal, una obrera consciente... de que no le gustaba serlo. Nunca más volví a Can Serra. Nunca más la vi. Nunca la he olvidado del todo».
Cae en mis manos la traducción de Radical Chic (La Izquierda exquisita) que leo del tirón. Tom Wolfe retrata la fascinación por los Black Panthers de las clases pudientes del Upper West Side, en la Nueva York de los setenta. En concreto, describe una party realizada por el matrimonio Bernstein (Leonard y Felicia) en su apartamento de trece habitaciones, con objeto de recaudar fondos para la causa negra. Entre los asistentes, lo más granado de la la cultura y el espectáculo: Otto Preminger, Barbara Walters o la esposa de Harry Belafonte, entre otros, junto con atónitos representantes de los Panteras Negras. La mezcla arroja resultados tan desternillantes como clarificadores.
Fruto de la culpa, la ignorancia y el miedo, las clases privilegiadas forjan una falsa imagen de las capas bajas. Al igual que Rosseau hizo con su buen salvaje, producen una idealización de la baja estofa, transformándola en seres “primarios y vitales”. Así, ellos proponen alianzas con civilizaciones que aniquilarían sin pestañear su cultura; ellos cantan al sacrificado minero desde sus piscinas; ellos te abroncan por no colaborar con una oenegé o pasar de manifestaciones que anuncian otros mundos posibles. Ellos: escoria culpable y prescindible.
P.S. En La Ciudad que fue, un recién licenciado Federico Jiménez Losantos detalla la experiencia de impartir clases de comunismo a los obreros en las aulas de Can Serra. Lo que sigue es el poso que dejó una de sus alumnas, que soñaba con regresar a su tierra y fundar una familia:
«Con ninguna de las chicas de las Ramblas, de la Universidad, podría haber tenido yo entonces esa conversación. Ninguna quería o debía tomarse la vida tan en serio. Ella sí. Nos despedimos en la puerta de la casa: un beso en el rinconcito de los labios, ni de amistad ni de pasión. Era una chica formal, una obrera consciente... de que no le gustaba serlo. Nunca más volví a Can Serra. Nunca más la vi. Nunca la he olvidado del todo».
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