Se escucha estos días un coro de tragedia griega que llama a cuestionar la energía nuclear. Y tengo la sensación de que en este momento, los humanos no pudiésemos reflexionar sosegadamente sino en la senda del sensacionalismo.
Resulta revelador que las voces que más alto claman provienen de uno que conduce su utilitario cada mañana porque se ha vuelto “cómodo” o de otra que sube el termostato en la oficina porque hace un frio que no es normal para mediados de marzo…
¿Si no son capaces de gestos sencillos, como usar transportes públicos o de sacar de nuevo el jersey del armario, cómo voy a confiar en que sean capaces de asumir restricciones de ahorro energético? Enjuagues de conciencia y nada más.
Decidamos en qué casa queremos vivir antes que si pintamos las paredes de verde o de negro.
De la serie: O lo digo o reviento.
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