Os lo corto/pego:
CASAVELLA: EL HOMBRE QUE ESTUVO ALLÍ
Mario Bravo
Como un regalo envenenado, la adjudicación de los Juegos Olímpicos para Barcelona inició una delirante ola de cambios y transformaciones en la urbe. Igual que un general de las SS refugiado en algún rincón de latinoamérica o de la Costa Brava, hizo un inconmensurable tranajo de maquillaje y ocultación de su identidad. Renegó de su vida social y cultural autóctona, apostando por nuevas manifestaciones que le eran ajenas, escondiendo bajo la alfombra periférica, el polvo que levantaba el tejido proletario, que impulsó su prosperidad y grandeza. Casavella estuvo allí para observarlo, sufrirlo y contarlo. O mejor dicho... denunciarlo.
Francisco Casavella... tal vez alguno le recuerden como aquel tipo que recibió el Premio Nadal con gesto de pasmo. Y murió unos meses después, a veces pienso, del disgusto de que por fin el establishment literario reconociera su labor. Al poco de morir y como no podía ser de otra manera, se celebró una fiesta en su nombre. Una juerga colectiva y popular a la que me dolió no asistir: Se había ido uno de los nuestros.
Me he negado a iniciar este panegírico con tópicos del estilo “fue el mejor cronista de la Barcelona preolímpica” o “el Juan Marsé de los ochenta”. Paso; sería traicionar su espíritu. Porque Casavella no fue un notario, ni un mero observador de aquellos años de delirio colectivo. Casavella fue un VIVIDOR. Y eso le convirtió en el mejor escritor de su momento. No exagero un ápice: solo desde la vivencia se puede escribir literatura emocionante. Toda la obra de Casavella rezuma vida y pasión. Dos conceptos que si no consideras sinónimos irás jodido. Supo entender de dónde venía y mondarse del espíritu de su tiempo. Mientras todos se maqueaban para la ceremonia del despilfarro, Casavella hizo bandera de sus raíces, de esa Barcelona que fue declarada en caza, captura y exterminio.
Acérquense, pasen y vean y disfruten... con ustedes la Trilogía del Watusi. Una obra maestra tan honesta, tan patética, tan real como la vida misma. Una descripción, en tres tiempos, de esa Barcelona en plena operación de cirugía estética que la llevaría a convertirse en putón verbenero; pero más, mucho más. Una narración sobre el crecimiento, personal y social, sin escamotear la carga de corrupción que suele implicar dicho proceso. Y monumental; monumental sin pretenderlo, como debe ser. El volumen que recoge La Trilogía del Watusi es un tocho que asusta pero, en las antípodas de lo que suele pasar con este tipo de libros, no le sobra un solo párrafo. Todo el texto vibra, fluye, conmueve... y explica un lugar y un tiempo.
Hay más Barcelona en Casavella. Años antes ya nos había entregado El Triunfo, otra gran novela sobre el fracaso. Sobre la vida lumpen, los extrarradios, el trapicheo y el techo de cristal de la injusticia social. Llena de sonidos rumberos y olor a botella de Soberano. Es, precisamente, la crónica de esa Barcelona que los años ochenta se empeñaron en borrar por decreto; por decreto de impostura cultural. Pero, amigos, la psicología lleva décadas advirtiendo que no se puede enterrar el pasado alegremente. Que lo que fuimos somos y por mucho que vistamos zapatos de marca nuestros andares descubrirán el macarra de barrio que llevamos dentro.
Y llegamos a mi favorita: El Secreto de las Fiestas. La novela que más veces he regalado en los últimos diez años. La novela que me hizo enviar mensajes de móvil a mis amigos cuando Casavella se alzó con el Nadal, porque se había producido uno de esos extraños momentos de justicia poética . Una novela que empieza con un “Soy raro...” y continua regalando lecciones sobre esa conga a la que llamamos vida. En toda la obra de Casavella hay alegría. Alegría como antídoto a todos los males: sumergido hasta el cuello en la corrupción, surge la sonrisa; cuando las cosas parece que no pueden ir peor, suena una rumba. Y El Secreto de las Fiestas es la mejor plasmación de dicha alegría. Una alegría que igual nos sirve para convertirnos en as del pinball, que para meternos a las chicas en el bolsillo, que para soportar que tu viejo sea un puto jipi.
El fascismo suele presentarse con una sonrisa. El pederasta atrae a sus víctimas ofreciéndoles caramelos. Todas las religiones nos hablan de una vida mejor. Y volviendo al tema que nos ocupa, aquellos cambios que prometían la instituciones se presentaron bajo el espejismo de la prosperidad. Ese es el momento de la vida barcelonesa en que trascurre El Secreto de las Fiestas. Resulta evidente en su obra como el momento individual corre de la mano del colectivo. Toda esa algarabía, esa conga promovida desde las instituciones se refleja, lo sepan o no, en los protagonistas de la obra de Casavella.
A la postre, aquella fiesta se revelaría como una gigantesca maquinaria de exclusión social, fascismo cultural y rendición a las más ridículas tendencias en cuanto a diseño y planificación del espacio público. Todo eso lo vivió Francisco Casavella y contra todo ello edificó su obra. Se fue del mismo modo que le descubrimos: por sorpresa, sin despedirse a unos tempranos 45 años. Quizás se había cansado de aguantar monsergas. Pero no nos aflijamos, lustremos nuestros mejores zapatos y salgamos a bailar la conga porque como repitió él mismo y quedó como cabecera en varios obituarios: “Todo es terrible pero nada es serio”. Gocemos su legado.
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