¡Pero qué clase de broma es esta!
Yashvir había dedicado toda su vida a la austeridad, el ayuno y la ascesis. Al llegar el día de su muerte lo afrontó con serenidad: Se encontraba satisfecho con su vida y estaba seguro que el karma le compensaría en su siguiente reencarnación. Convencido que le correspondía la iluminación (tal vez en el pellejo de un Lama), Yashvir exhaló su último aliento y se dejó ir.
Por eso no comprendía cómo había despertado convertido en piedra, en un jodido guijarro del camino. Pisoteado por peregrinos o a merced del trote de los caballos, Yashvir rodaba de un lado a otro sin capacidad de oponer resistencia. Encolerizado, transcurrieron muchos años de su nueva encarnación. Pero, al fin, Yashvir consiguió reconciliarse con su destino al comprobar su utilidad como martillo con el que volver a introducir la rueda del carro en su eje o cuando los niños le utilizaban para jugar al kudoda.
Una buena noche, cuando los viajeros descansaban y la oscuridad y el silencio se adueñaron del mundo, Yashir alcanzó por fin su iluminación: Las piedras, dotadas de robustez e indolencia inalterables suponían el más alto grado del camino espiritual.
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