Por las mañanas, camino del trabajo, me gusta detenerme en el jardín de olivos que rodea al monumento a Don Quijote, en Plaza de España. Observo los nudos y retorcimientos de sus veteranas ramas, el césped uniforme y unos diminutos caminos de tierra que parecen trazados por los gnomos que habitan en ellos. Mientras fumo un pitillo antes de entregarme a la jornada laboral, reflexiono entre turistas orientales (los más madrugadores), escudado por la belleza de ese pequeño oasis, a caballo del caos de Gran Vía y Princesa.
Madrid ya no es un poblachón manchego. Es un enorme remolino que todo lo absorbe, lo mezcla y regurgita. De sus maneras caóticas surge su atractivo pero también el enorme desgaste que provoca. Por ello, cada vez se me hace más necesario encontrar espacios de serenidad, donde detener el tiempo siquiera por unos segundos.
1 comment:
Al ver la cantidad de textos que no había leído me doy cuenta de cuánto tiempo hace que no me pasaba por aquí.
Para mí este blog es algo así como tu paradita a echarte un cigarro en Plaza de España.
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