Me he enfrentado los últimos días con un serio dilema entre aceptar el flujo de la vida o intentar marcarlo a fuerza de voluntad. Como firme defensor de la Ley de proyección, el universo no nos devuelve sino lo que nosotros proyectamos sobre él. Pero sucede con frecuencia que nuestros deseos no responden sino a patrones sociales o educativos que nos conducen por sendas equivocadas . Este es el motivo de que esta Ley nos resulte tan antipática: pues nos negamos a encajar que estemos convocando según qué circunstancias y energías.
He descubierto un buen método para salir del atolladero y es la percepción del esfuerzo. Volvamos al caso de Óscar: incapaz de considerar su titánico esfuerzo en el celuloide pero que regresaba derrotado cada tarde tras otra jornada matando el tiempo en una oficina. Aquí podríamos meternos en harinas de motivación, recompensa del esfuerzo y bla bla bla... No lo voy a hacer pues ya me adentré por ese camino y no encontré respuestas convincentes. Pero resumiendo: si tanto peso tiene en nuestra especia la valoración del grupo, por qué algunos encontramos tan placenteras actividades que compensan tan poco en este sentido o directamente, estamos dispuestos a rechazar el asentimiento de la manada en aras de un dudoso destino.
No tengo aún respuesta que pueda hacerse pública sobre este asunto pero si estoy convencido de que antes de fluir hay que pulir. Sin esa limpieza nos atascaremos contra los residuos del miedo, las mentiras o el resentimiento y el efecto espejo nos devolverá un universo deformado e insatisfactorio. Hecho esto, ya podemos izar las velas y lanzarnos con toda la energía en pos de aquello que la vida nos traiga porque siempre será una bendición.
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