Estoy en otra jodida reunión y tengo enfrente a un tipo que, dicen, es MUY importante. El menda no para de gesticular como un político y cada frase grandilocuente que escupe me tengo que morder los carrillos para contener la risa, mientras pienso: “¡Por dios, estamos hablando de bolígrafos! (otra vez)”.
“Que si el logo aquí, que si el logo allá, que si el logo acuuuuullaaaaa….”. La voz del hombre IMPORTANTE se vuelve lánguida igual que un vinilo a pocas revoluciones. Su discurso se me hace ininteligible, aunque el resto de presentes permanecen impertérritos, anotando en sus libretas como si les estuvieran desvelando el secreto de la juventud eterna: El Santo Grial; pero no: seguimos hablando de merchandising, o seo creo. Me da por recordar que mi padre robaba bolis en su trabajo en el Monte de Piedad (hoy Bankia, con “k”. Son unos punks, eso está claro: Y han declarado su particular No Future). Mi hermano y yo cursamos toda la E.G.B. con aquellos putos bolis del oso verde que hoy, seguro, resultan lo más retro pero entonces fueron nuestro estigma. La letra escarlata del despertar de mi conciencia de clase: Ni muy ricos ni muy pobres, pero jamás con un estuche Pelikan de aquellos que semejaban una tartera. Condenados a seguir la estela de nuestros padres y quemar la existencia mangando bolis y folios de la oficina. Y no consigo explicarme qué extraño vericueto de la vida me ha llevado a sentarme en esta sala de reuniones, rollito art decó.
El tipo MUY IMPORTANTE me mira y yo me acojono porque ¡se está derritiendo! Los pliegues de piel comienzan a descender y apelotonarse desmoronándose desde sus sienes, por sus mejillas, su papada... Igualito que aquellos nazis al final de En Busca del Arca Perdida. Mantengo el tipo porque es evidente que son imaginaciones mías y si no es así, porque paso de acabar en el psiquiátrico. Me levanto y pregunto si alguien más quiere un vaso de agua. Cuando me acerco a la máquina escucho esa suerte de zumbido infinito que seguro son mensajes subliminales: “sucumbe, vuélvete dócil, todo será más fácil…”. Me viene a la cabeza el indio aquel de Alguien Voló Sobre el Nido del Cuco y me entran ganas de lanzar la máquina contra la ventana y saltar por ella, porque, a la postre, hemos conseguido hacer del mundo un inmenso manicomio. Al final finjo un trago (estoy seguro que al agua le echan prozac o alguna mierda semejante), vuelvo a mi sitio y de camino, sin que nadie lo observe, me meto un boli en el bolsillo.
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