Sunday, November 12, 2006

TECNO-TEDIO

Lo cierto es que inmersos en el reinado de Bill Gates I, en ocasiones, resulta difícil creer que aún exista gente que haya conseguido zafarse del significado ofimático de términos como ventana, carpeta o archivo. Por no hablar de todos los que andan sumergidos hasta el cuello en la corrala del myspace, los fotologs, blogs y demás. Y es que, a base de tanto inventar, el ser humano ha terminado por inventar hasta una nueva realidad; virtual, eso sí.

Desde luego no pretenden ser estas líneas una andanada contra el avance de la tecnología. Sería demasiado cínico arremeter contra internet desde un blog, incluso para mí. Lo que sí voy a confesar es el aburrimiento letal que me produce la tecnología como concepto.

Vivimos tiempos deslumbrantes que duda cabe. A veces pienso una tontería y es que las titulaciones académicas deberían estar mucho más cotizadas según avanzan los años: esto es, la cantidad de conocimientos que valieron el nobel a Ramón y Cajal serían comparable a la de un estudiante de tercero de BUP de mi época. Grosso modo: “Las ciencias avanzan que es una barbaridad”. Sin embargo ¿cuántos de estos avances sirven de algo más allá de los ámbitos académicos o profesionales? Cualquiera que haya sufrido una mudanza sabe la enorme mentira que esconde el dicho aquel de “El saber no ocupa lugar”. Pero más allá de la broma viene a mi cabeza la primera de las andanzas de Sherlock Holmes donde se exponía una singular teoría a la que sin otorgarle total fiabilidad le profeso cierto respeto. El autor, parapetado tras la figura del entrañable Doctor Watson, hace inventario de los conocimientos que maneja el detective (que si nosecuatos por ciento de Química, nosecuantos sobre crónica negra....) para, a continuación, explicar que el cerebro humano es similar a un cuarto trastero: una vez hemos completado su espacio, hay que desalojar algún elemento antes de introducir uno nuevo. Ni que decir tiene que los conocimientos que atesoraba Holmes en el suyo le llevaron a convertirse en el mejor sabueso de la historia de la literatura. Más allá de la anécdota, pienso que, si bien la capacidad del cerebro es bastante más generosa de lo que pensaba Conan Doyle, éste adolece de ciertas limitaciones. Una muy evidente es la de que aquello que no se utiliza se pierde.

Experimento una risa muy sana cuando escucho al clásico carcamal docente despotricando sobre la ignorancia de la juventud porque ya nadie lee El Cantar del Mío Cid. En esos momentos desearía tener la oportunidad de retar al fosilizado profesor a programar un grabador de vídeo. Habría que entrar a valorar la utilidad de unos y otros conocimientos; porque ¿cuántas lecciones, cuántos conceptos y cuántas fórmulas nos han inoculado en aras de un canon académico francamente cuestionable? ¿Cuántas noches de estudio se han perdido una vez completado el ritual examen? Basta asomarse a la calle para comprender que a un adolescente le resulte más perentorio saber funcionar su tamagotchi que recitar cantares de gesta. Y lo que me resulta el colmo del cinismo es exigirles a ellos que cambien una sociedad heredada.

Porque diariamente somos acribillados por mensajes que nos impelen a entrar en esa inmensa verbena tecnológica en que se ha convertido la sociedad actual. Y me da la impresión de que dotados de más gadgets que el último James Bond, seguimos haciendo las mismas majaderías de siempre; sólo que además hay que leerse unos manuales de instrucciones del calibre de las páginas amarillas. Hace apenas veinte años Scarface dominaba el mundo del hampa cerrando negocios desde una cabina teléfonica; hoy necesitamos el móvil hasta para un absurdo “stoy a pto d llgar ; )”. Lo cierto es que sin ser nada tecnófobo, la tecnología me da una pereza terrible. Poseo cierto sentido de “lo necesario” que me presenta como prescindibles la mayoría de avances que el progreso ha puesto al alcance de mi mano. Qué inventen, vale: pantallas de plasma, dispositivos portátiles o replicantes capaces de hacerte la felación del siglo. Pero hasta que no lo sienta necesario seguiré con mi tele de oferta, mi ordenador viejuno y recurriendo a las hembras humanas que buenamente se avengan a ello. Y cantando con Franco Battiato aquello de “No tengo afeitadora eléctrica. No es necesario...”

3 comments:

Anonymous said...

Hola. Yo actualmente no tengo ni tele ni ordenador ni ná de ná. También te digo que el día que me compre tele, será de las de "tubo" de toda la vida, si es que siguen habiendo en el mercado, porque cada vez quedan menos. Lo único que tengo es un mp3 y una cámara digital, y ambos inventos me parecen una maravilla, la verdad. Yo soy bastante paletica en las nuevas tecnologías y no me intereso en ellas hasta que no se me hacen indispensables. Ahora por ejemplo tengo pensado comprarme un portátil. Me aburre soberanamente la informática. Me he sentido obligada a aprender las cuatro cosas básicas para no quedar fuera de circulación. Y tengo que reconocer que internet se me hace ya imprescindible para mi trabajo.

Besos, besos

Unknown said...

Nada verdaderamente útil se aprende en los libros.
Laura
(Profesora de literatura)

Anonymous said...

Jodido caradura, ¡si no fuese por la informática estabamos todavía ahorrando pa comprar película pal OTRO LADO!
Je je je... un abrazo fuerte y mucho ánimo amigo.