Tuesday, September 27, 2011

CIENCIA O FICCIÓN

Un fantasma recorre nuestra mente… es el fantasma de la ciencia.


Tengo un método infalible para detectar personas de pensamiento simple: opinan que las cosas son siempre lo que parecen.


Uno de las ideas más liberadoras que he encontrado es la de que el, tan cacareado, “fin de la historia” no es sino el comienzo de un nuevo ciclo. Una nueva etapa en la que tendremos que asumir diferentes parámetros porque los que nos han servido hasta ahora están caducos. Y no parecemos muy capaces de percibir que del árbol de la ciencia está brotando fruta podrida.


Las razones de tal confusión son diversas pero hay una muy obvia: la soberbia por los logros alcanzados nos impide evidenciar el fin de etapa, pese a que las señales son evidentes (descalabros bursátiles, alza del índice de enfermedad mental, nula capacidad de acción, hedonismo babilónico…). Tendemos a pensar que es un peaje razonable a cambio de continuar disfrutando de las dádivas del estado del bienestar, cuando no son sino los signos de su resquebrajamiento e insostenibilidad. No voy a repetir la exposición que publiqué hace unas entradas: basta recordar que no vivimos un Estado del Bienestar sino del Consumo, donde todo lo que no vaya orientado a favorecerlo es penalizado. Y en la génesis del Estado del Consumo se encuentra la producción industrial, auspiciada por el avance científico.


La ciencia, el método científico, es una valiosa herramienta de interpretación de la realidad aparente pero ¿qué sucede en las numerosas ocasiones en que las cosas NO son lo que parecen? La ciencia se equivoca y si la tenemos situada en nuestro altar mayor todas las categorías, estructuras e instituciones que derivan de ella resultan falsas. Por poner un ejemplo sencillo: es como si para resolver un problema de física utilizásemos una tabla de multiplicar con los resultados cambiados.


Yendo a mi experiencia reciente, no he ocultado que durante los últimos meses he lidiado con una depresión de la que hoy me encuentro bastante recuperado. En mi afán cientifista (sí, lo confieso, yo fui uno de ellos…), acudí al médico como uno más de ese pavoroso 40% de las consultas que despachan los médicos de familia. Confiando en el criterio del doctor comencé un tratamiento con antidepresivos que me dejó aún más tronado. Al detenerme a leer el prospecto se dispararon los signos de alarma: toda la probatura de aquel fármaco (prescrito a mansalva en la sanidad pública) se basaba en pura estadística y suposiciones (amén de unos fantásticos efectos secundarios como el aumento de los pensamientos suicidas que, por fortuna, no padecí). Alguien me comenta que el actual sistema sanitarioes una maquinaria alimentada por la industria farmaceútica. No diría tanto pero algo muy podrido se cuece dentro de una sociedad que decide anestesiar sus emociones antes que enfrentarlas ¿Recuerdan el soma que se administraban los habitantes de la novela Un mundo feliz? Pues lejos no andamos.


La otra noche, conversando con una amiga psicóloga, percibí hasta que punto hemos comprado la moto de “lo científico” cuando me citaba los efectos el potasio como el que invoca a la Virgen de Lourdes. Estamos apañaos, pensé.


La ciencia se ha convertido en una suerte de nueva superchería. Un talismán por el cual otorgamos un valor sagrado a ciertas leyes únicamente porque proceden de un chamán que ha cambiado sus plumas por la bata blanca. La evidencia es aún más grave en tanto se inviste justo de lo contrario. Como diría un castizo: Nos la están metiendo doblada.


Volviendo al leit motiv de esta entrada, “las cosas no son nunca lo que parecen”. Qué la tierra es plana, que el sol orbita alrededor de ella, que las decisiones obedecen a fuerzas eminentemente racionales… Mentiras, espejismos, ilusiones que hoy resultan evidentes incluso para aquel que jamás pisó un laboratorio. Sin embargo, su defensa bien pudo costarles el prestigio, cuando no la vida, a Colón, Galileo o Freud...


Os voy a contar una historia bien triste: Se atribuye a Pasteur el descubrimiento de la relación entre gérmenes e infección, sin embargo, fue un médico húngaro el precursor del invento. Ignaz Philipp Semmelweis observó la alta mortandad que diezmaba los partos atendidos por médicos procedentes de la sala de autopsias. Basándose en su intuición, estableció un protocolo que comprendía el lavado de las manos con agua jabonosa, seguido de otro en agua clorada, consiguiendo un notable descenso en los fallecimientos entre parturientas y neonatos. Desgraciadamente, la ciencia de entonces no poseía instrumental de observación adecuado y a pesar de su importante ocurrencia Semmelweiss fue denigrado por sus colegas, muriendo olvidado en un manicomio de Viena. Eppur si muove, musitó Galileo con tal de salvar el pescuezo.


Y así cientos de casos en los que la ciencia niega los prodigios de la intuición para vampirizarlos al rato. Por tanto, no hay como aplicar a la ciencia su propia medicina para estallar la burbuja y devolverle algo de humildad. Como bien dijo Einstein: La imaginación es más importante que el conocimiento.

Wednesday, September 21, 2011

DESAPEGO

La otra tarde iba caminando por el Parque del Oeste y me encontré con Buda. A pesar de que estaba bastante más delgado de cómo lo pintan y de las Ray Ban con las que trataba de pasar inadvertido, el aura lo delataba. Aunque soy de natural tímido, no pude evitar asaltarle como una vulgar groupie.

- ¿Perdona, pero tú eres Buda, verdad?

- Vaya, me has cazado, chaval.

- Tenía ganas de conocerte. Llevo tiempo leyendo sobre ti y me mola tu rollo. Me parece mucho más sano que el judeocristiano en que fui educado, haciendo tanto énfasis en el dolor y el sufrimiento.

- Siempre digo que Jesús esconde un masoquista en su interior. Él dice que lo hace para atraer la atención sobre su mensaje… pero yo creo que se equivoca de estrategia…

- Yo me puse muy malito el día de mi primera comunión, con fiebre y todo. Y creo que fue de la impresión que me daba lo de comer su cuerpo y beber su sangre. Y lo de la crucifixión… qué repelús.

- Hombre, si te sirve de consuelo te puedo asegurar que no sufrió en absoluto. Aquello fue pura mercadotecnia. Aunque ahí le doy la razón: si hubiera muerto de una gripe la resurrección hubiera sido bastante menos comentada.

- Ya, ya… entonces ¿me estás diciendo que la religión correcta es la cristiana?

- No.

- ¿Pero si Jesús resucitó…?

- Claro, pero es que todas las religiones son acertadas. Y ninguna. Es una decisión estrictamente personal sobre la que, además, nadie puede opinar: se trata de una experiencia muy subjetiva. Ayer, me crucé con un tipo que adoraba los hurones y llevaba una vida virtuosa con la intención de encarnarse en uno de ellos. Pues también esta religión es cierta. Te digo más: probablemente el tipo consiga ser un hurón en su próxima reencarnación.

- Vaya tela… No sé si me entero bien. Verás, es que soy nuevo en esto de la espiritualidad y estoy hecho un lio. Como te he dicho, me mola tu rollo... Lo de la contemplación y la extinción del deseo…

- ¿Extinción del deseo, pero de qué me estás hablando? Tú no te has enterado de nada.

- Sí, hombre. Aquello de que la extinción del deseo conduce al nirvana, a la felicidad.

- Lo dicho, majo, no pillas una… Vamos a ver… Puedes hacerme el favor de mirar en tu interior ¿qué encuentras?

- Huesos y tripas.

- Mira, no voy a perder el tiempo. Si te vas a poner cínico, me marcho a meditar debajo de un chopo.

- Vale, vale, no te mosquees… es que aún me cuesta un poco todo esto… observo que mi interior está plagado de… ¡deseos!

- Entonces, como iba a ser tan tonto de inventar una religión que predicara algo tan contra natura.

- Pues eso dicen los libros.

- Los libros, los libros… te fías demasiado de los libros y que yo sepa no dejé escrita una sola línea… Al final los discípulos siempre aprovechan para colar alguna de sus ideas, en fin…

- ¿Entonces? ¿Es todo falso?

- Falso no, pero muy matizable. Lo que yo creo es que estamos destinados a desear y es natural que así sea. De lo contrario el 99% de los ciudadanos no se levantarían de la cama, ni saldrían de sus casas, ni el hombre hubiera evolucionado. Si es que a esto se le puede llamar así…. Nuestra única misión es desear poniendo toda el alma en ello.

- Mira, Buda, no me vaciles. En tercero de básica yo estaba enamoradísimo de Clarita, la vecina de abajo. Y pese a que me tiré todo el verano cortejándola en el parque, al final se fue con uno de un curso mayor.

- Porque el deseo no garantiza resultados, tan solo la experiencia. Lo que tú debías aprender en aquel momento no era a ligarte a Clarita, sino la lección de la derrota. Una lección que sin saberlo te ha conducido a conocer a otras Claritas mucho más interesantes y menos relamidas que aquella.

- Hombre, razón tienes… Entonces, me dices que la clave no está en negar el deseo….

- No hay que negar nada. Ni siquiera tus sentimientos homicidas contra tus compañeros de oficina. Lo que conviene es no dejarse amargar por ellos.

- ¿Y eso cómo se logra? A veces es difícil…

- Hay muchas maneras pero yo recomiendo, la de anular el ego por sus beneficiosos efectos secundarios. Admitir que tu preciada personalidad no es sino un entramado dependiente en gran medida del azar, de unas circunstancias y relaciones que no controlas. El orden y el control son la ilusión en la que se refugian las mentes poco creativas. Y la tuya lo es bastante; no en vano te estás imaginando esta charla.

- Vale, pongamos que te creo (cosa que está por ver). Qué consigo con esto.

- El bien más preciado en este momento que te ha tocado vivir: El desapego.

- ¿El desapego?

- No tiene nada que ver con el desprecio o la falta de amor sino con la certeza de transitoriedad. La consciencia de que todo es contingente: tu trabajo, tus posesiones, tu familia, tus afectos hasta tú mismo eres transitorio. Medita en ello y comprobarás lo fácil que resulta liberarte.

- ¡Fácil decirlo cuando se es un santo!

- ¿Qué te crees que yo no me desespero? Pues igual que todos. Pero no permito que la desesperación me posea. Los sentimientos, son como los vampiros: no pueden entrar si no se les abre la puerta.

- No sé, Buda. Flipo un poco con todo esto.

- Flipa, flipa… la capacidad de asombro es un don maravilloso. Bueno, te de voy a dejar que llego tarde a una iluminación… Por cierto, no tendrás un pitillo que me he quedado sin tabaco.

Saturday, September 10, 2011

LA BANALIDAD DEL MAL

La idea del fin de la historia se encuentra incardinada en el centro del discurrir humano. Una cierta arrogancia (o quizás pereza) nos empuja en la dirección del “ya está todo hecho”. Como uno ha decidido a apostar por el optimismo es necesario pensar que de ninguna manera. Todo está cambiando; pero no al estilo buenrrollista dylaniano: hay que ser consciente del mucho esfuerzo y las lágrimas vertidas en el proceso pues no hay parto sin dolor.

Es evidente que el status quo se tambalea. La, tan mentada, crisis no es sino una crisis de confianza y aunque los patrones del invento traten de distraernos dirigiendo nuestra atención hacia los mercados la verdadera crisis es de fe respecto al ser humano. Siento que hemos llegado a un límite (jamás a “el límite). Vivimos en una sociedad con graves problemas de autoestima. Y cuando uno no confía en sí mismo es difícil hacerlo en los demás. Sin confianza la manada torna en rebaño y el miedo actúa como los ladridos del perro que conduce a las reses al matadero.

En uno de los momentos cumbres de la muy recomendable película “La Deuda” (spoiler) un torturador nazi consigue desarmar a un agente del mossad, argumentando la debilidad de los judíos con el comportamiento desplegado en los campos de concentración: Bastaban unos pocos oficiales armados para enviar a miles a la cámara de gas porque los judíos eran egoístas y sin capacidad de sacrificio, según el nazi. La secuencia es estremecedora e inevitablemente trae a mi cabeza los vuelos del 11-S.

Se reedita estos días un libro imprescindible, Eichmann en Jerusalen de Hannah Arendt (menos de 10€ o sea que no hay excusa): las crónicas de la pensadora judía del juicio al oficial nazi en las que formuló su poderosa idea de la banalización del mal. Eichmann no era un malvado como cabría suponer. La muerte de Hitler nos libró del complicado ejercicio de enfrentarnos con el demonio en su derrota. Pero ahí estaba Eichmann, algo mucho más perverso que un demonio: un pusilánime, un aquiescente, un cómplice, un humano que solo “cumplía órdenes”.

¿Cuántas órdenes cumplimos cada día sin cuestionarlas? ¿Cuánta felicidad nos reporta esta sumisión? ¿Qué miedos nos empujan a seguir sosteniendo todo este tinglado? ¿Cómo nos juzgarán los humanos del mañana? Creo sinceramente que solo cabe el cambio.

Wednesday, September 07, 2011

(I CAN´T GET NO) SATISFACTION

Si Mick Jagger y Keith Richard en pleno subidón de éxito a finales de los 60 clamaban a los cuatro vientos su insatisfacción ¿qué podemos esperar el resto de los mortales, que jamás nos asomaremos al reconocimiento mainstream, ni nos perseguirán manadas de groupies y poseemos cuentas bancarias de lo más corrientes?

Vivimos presos de un sentido de la superación y el esfuerzo nefastos (los motivos pueden rastrearlos en la entrada anterior). Y para espolearlo se nos marca a fuego con el hierro de la insatisfacción. Marcarse retos, objetivos, esperanzas personales… debería ser una decisión gozosa nunca una imposición ajena. Recordemos lo que decía Tyler en El club de la lucha: la realización personal es simple masturbación. Se trata de una hipérbole muy sana. Se lo escuché al Krahe muy bien dicho: Toda vez que el mamífero se provee de alimento deja de trabajar… y nosotros somos mamíferos.

Sigamos citando a los grandes, Buda lo vio cristalino: el deseo es el principal motor de la infelicidad. Sin embargo, es fácil percibirnos como entes “deseantes” lo cual nos empuja a una absurda carrera sin horizonte en la que anhelamos hasta el momento de alcanzar el objeto de nuestros deseos y a partir de ahí buscamos un nuevo objetivo que volverá a defraudarnos… y hay gente que se muere así, después de toda una vida de perseguir una zanahoria atada a un palo. Lo expone Punset que es un tío que sabe codearse bien: la felicidad está en la antesala de la felicidad. La meta no es sino una ilusión óptica.

Un día de estos me voy a tatuar lo que cantaba Josele en su canción Septiembre: “¿Será que no es lo mío esta competición?”.

Saturday, September 03, 2011

SALDOS DEMOCRÁTICOS

Estoy seguro que cuando la humanidad consiga superar este bache, se estudiará nuestra época con el mismo asombro que hoy experimentamos al saber de la esclavitud, la discriminación femenina o las cazas de brujas.

No nos engañemos, en estos tiempos post industriales en que nos movemos las cosas se producen prácticamente solas. Luis Racionero ya proponía hace dos décadas en su ensayo Del paro al ocio que la cosa redundara en la reducción de jornadas laborales, en lugar de en el enriquecimiento de unos pocos. Pero los tiros no han ido por ahí a pesar de lo cabal de la propuesta. Estudiemos como opera esta dinámica y cuáles son sus consecuencias:

Cualquiera que entienda algo de cine sabe que el productor es el dueño de la película. Al final el que pone la pasta es quien coloca a su novia en el papel principal y el que decide el montaje definitivo, por encima del director. Esto es así en el 99% de las películas que se realizan. Trasladando el procedimiento a estructura social encontramos que el dueño de la fábrica nombra al alcalde que a su vez contrata al maestro de escuela. Cambiemos fábricas por bancos, alcaldes por gobiernos y maestros por sistema educativo y tendremos un esquema muy claro de cómo andan las cosas: jodidas.

El sistema educativo (con la familia al frente) es elemento sobre el que pivota cualquier proyecto de ingeniería social. Si algún incauto piensa en que para controlar tales desmanes se inventó la democracia que relea el párrafo anterior, mientras yo me lo imagino como el perrillo al que se le lanza un hueso de plástico mientras los ladrones saquean la vivienda. Nos educan como consumidores antes que como ciudadanos o seres humanos. Cercenando de raíz cualquier conato de imaginación, curiosidad o sentido del riesgo. Inoculándonos el peor de los miedos: el del rechazo, la exclusión, la pobreza; el no ser lo suficientemente bueno para vivir en una manada convertida en sociedad de consumo.

Ya no se trata de producir lo que se necesita sino de necesitar lo que se produce. En tiempos más ingenuos se utilizaba la obsolescencia programada, ahora nos la han incrustado en nuestro ADN. Consulten cualquier foro de compraventa de coches, piensen en cuantos teléfonos móviles han pasado por su vida o en la frustración por no haber podido viajar el último verano y descubrirán las alarmantes evidencias de lo que explico.

Tengo la certeza de que esto va a cambiar pronto, dado que no considero que seamos una especie tan imbécil de propiciar nuestra extinción. El miedo no existe si no le abres la puerta y el poder no es sino una ilusión consentida. La batalla se ha trasladado del parlamento al centro comercial y no hay otro camino que la conciencia y la asunción de responsabilidades sobre nuestras acciones. ¿Para qué demorarlo más?