Saturday, November 19, 2011

LA CRISIS DE LA CODICIA Y EL MIEDO

He tardado bastante tiempo en visionar el documental Inside Job. Para cuando arreció la crisis, servidor se hallaba inmerso en la suya propia y bastante tenía con hacerme cargo de mis cuentas como para atender las globales. Sin embargo, poco a poco voy sacando tiempo para dedicarme a tareas menos urgentes e ir componiendo la secuencia de los hechos que todos quieren explicar pero nadie parece comprender.

La explicación la han dado otros muchos, mejor que yo. Pero dado que la vida me ha situado en un punto de observación interesante, haré mi matiz: La codicia de unos cuantos amparó una desregulación mercantil de la que el general de la sociedad no tuvo constancia (puesto que los designados para oponerse a ella estaban ya en nómina de los codiciosos. Y esta fue la jugada maestra). Esto se tradujo en un salvaje festín bursátil, a costa del esfuerzo de la sociedad en general (bien adoctrinada en la necesidad de adquirir viviendas en propiedad; punto sobre el que creo no se ha hecho suficiente hincapié). Cuando dicho esfuerzo no colmó las ansias de lucro de los codiciosos se comenzó a apostar a que esos pobres diablos perderían sus casas. Dicho y hecho: a los especuladores le interesó precipitar la crisis, sabedor de que estaban a resguardo pues contaban con la complicidad delos encargados de colgarles del palo mayor.

Y lo acojonante del caso es que nada ha cambiado. En el documental se explica bien cómo la desregulación (de la que no estoy, por principio, en contra) propició todo tipo de chanchullos bursátiles pero no se explica por qué estamos reflotando a los culpables del naufragio a golpe de sucesivas regulaciones (Qué si no son esas vertiginosas inyecciones de capital público con que se están saneando las cuentas del sector financiero; en un ahora no, ahora sí, según le conviene a la banca). Cómo es posible que entidades de desacreditada solvencia y cómplices de este disparate, las agencias de calificación, sigan agitando las bolsas con total impunidad cada vez que tosen. En qué cabeza cabe que nos siga preocupando pagar la hipoteca al banco que nos estafó y encima, estemos agradecidos por conservar una vivienda que no vale ni por asomo lo que pagamos por ella.

Realmente, el miedo es cosa de pobres. Pobres sin nada que perder a los que se ha envanecido con la idea de que es posible poseer algo en esta vida. Y así seguimos… sosteniendo sobre nuestros hombros el peso que nos hunde en la ciénaga. Engañados por un espejismo de clase mediocre, antes que de clase media. Paralizados frente a la idea de defenestrar un sistema que nos despoja de la dignidad a través del miedo: miedo a perder un empleo que detestamos, de un piso en las afueras que nos queda pequeño, de no estar a la altura de las necesidades creadas, o ser depurados bajo el estigma de la pobreza o la locura.

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