Tuesday, April 08, 2008

POTLACH

Hasta el día de hoy, nunca he dispuesto de un espacio propio superior a 20 metros cuadrados; quizás en ello reside mi interés por los bienes efímeros. Cafés, tabaco y velas son, quizás, las compras que más disfruto. Gustándome mucho los libros, cada vez que adquiero uno sufro la carga de pensar dónde lo almaceno (desde aquí, un afectuoso saludo a mi hermano que se ha ofrecido a guardarme en su altillo unas cuantas cajas de ellos). Pero, aparte de consideraciones logísticas, hay otra cuestión de fondo: los objetos que forman parte de nuestra vida pueden terminar lastrándonos. Resulta atractivo dejar una gran biblioteca como legado a futuras generaciones pero, cuando se han hecho un par de mudanzas “a pulso”, uno siente en sus bíceps todo el peso de la cultura y sus posesiones.


Me resulta curioso que, gustando de la antropología, no fue sino por indicación del amigo Javier que comencé a reflexionar sobre el concepto del Potlach. El término procede de la lengua chinook, empleada por pescadores indios de la costa noroeste del Pacífico, hacía el siglo XVII. Define una serie de ceremonias caracterizadas por la entrega ostentosa de bienes, ligadas a momentos cruciales en la vida del individuo (no me miren raro ¿qué otra cosa son los banquetes nupciales?). La ostentación es una de sus funciones más obvias, pero posee otros matices que me interesan mucho más, como el tema de la redistribución. La redistribución (asunto clave en antropología, ahí está el kula, descrito por Malinowsky), tan incardinada en la naturaleza humana, es la forma prístina de lo que hoy llamamos solidaridad y se presenta en las sociedades bajo múltiples formas. Es una suerte de conocimiento, casi pre-racional, que nos dicta que ningún ser humano debe ser más que otro aunque, en ocasiones, lo semeje.


Pero hay otro aspecto que me interesa, aún más, y que entronca con el arranque de esta entrada. Y es la lectura de que las cosas son solo eso, cosas. Y no es bueno aferrarse demasiado a aquello destinado a perderse. Es una lección de vida: despilfarrarlo todo, quemar las naves antes que perderlas para poder, al fin, comenzar de cero.

3 comments:

Raquel Márquez said...

A mí me pasa lo mismo, de un tiempo a esta parte las compras que más disfruto son las que antes me parecían más innecesarias, las cosas efímeras (odio decir "efímeras", jaja, pero es que lo resume perfectamente), los caprichos. Antes disfrutaba comprándome libros, ahora me da igual leerlos prestados y no quiero quedarme con casi ninguno después de leerlo. Aunque lo bueno de que sean tuyos es que puedes tratarlos mal, que a mí me encanta no preocuparme de que se ensucien o se doblen.....

Y con el tiempo he conseguido disfrutar mucho comiendo o tomando algo fuera de casa. Cuando el dinero que gastaba lo ganaban mis padres me sentía despilfarrando, pero ahora prefiero mil veces comer fuera a menudo que comprarme películas o libros...

He vuelto a mi blog gracias a la envidia de que tú seas tan constante con el tuyo! Ahora sí, se nota que llevo tiempo sin escribir y estoy poco ágil, porque he cascado un ladrillo que pa qué, jaja.

Un besazo.

Cigarra said...

Estando en casa de una amiga su niña pequeña tiró una pila de platos que se hicieron añicos, claro. Y la madre, una vez que vio que la niña no había sufrido daños, dijo por todo comentario: "Bueno, han durado menos que nosotros" Toda una lección de desapego.

Anonymous said...

Escribiste esto cuando me llegó una maleta que yo creía estar perdida para siempre. ni ideia cómo, pero fue parar a un aparthotel de Andorra y llegó a mí sin faltarle nada de nada.

Incontable es la cantidad de cosas. de objectos, de muebles, de ropa, de libros, de cd´s, de aparatos, de todo, que me he dejado para trás hasta hoy.
Incontable es la cantidad de cosas que no tengo ni idea donde están.

Tampoco hacen falta, esa es la verdad.

Y por eso me gusta regalar cosas mías, ropa, libros, cd´s.

Todo se va reciclando, me parece sano.

C.