Friday, January 12, 2007

OMEGA MAN

Entre mis múltiples rarezas se encuentra el gusto por las ciudades vacías. Disfruto del paisaje que presentan a primera o última hora, cuando aún no han sido invadidas por sus habitantes. Me encantan las calles desiertas, con su aire fantasmal y el ruido de fondo, como el ronquido de una bestia durmiente que fuera a despertarse en cualquier momento. Durante los años que viví en la periferia, lo que más echaba en falta eran los paseos de vuelta a casa a horas intempestivas, tras una noche de farra.

Me resulta impagable el placer de aterrizar temprano en una ciudad desconocida, igual que un invasor que intentara sorprender a su enemigo con la guardia baja.

Recuerdo con especial cariño mi primera visita a Barcelona. Hacinados en un autobús-patera, cuyo conductor era devoto de Medina Azhara, nos descargaron en la estación de Sants aún de noche. Yo me derrumbé de inmediato en uno de los asientos de la estación, entre inmigrantes que huían del frío, incapaz de moverme después de ocho horas de insomnio y estrecheces. Por fortuna, mi amiga se vino arriba y al rato regresó con información y un plan de ataque. Me arrastró hacía los subterráneos y nos imaginé como dos virus infectando el sistema circulatorio de un organismo gigante.

En otra ocasión, emprendí un viaje en solitario hacia Asturias para alejar el recuerdo de un mala etapa recientemente cerrada. Descendí del autobús en Luarca, era muy de mañana y el pueblo aún no se había despertado. Deambulé buscando alguna cafetería pero me despisté hacía la ría atraído por el aroma de la playa, una bandada de gaviotas salió a recibirme y, entonces, gocé de la rara certeza de hallarme en el lugar que me correspondía.

6 comments:

Anonymous said...

Gran placer, sin duda...
Los pájaros acompañándote a casa con sus "piopíos"...
Es extraño, pero en esos momentos, a pesar del cansancio, las sustancias y de los demás, uno se siente sorprendentemente vivo...
Luego, al llegar a casa, la idea de pasar de largo siempre me tienta.

Anonymous said...

Snif snif, qué recuerdos, cuando me podía ir andando a casa desde cualquier bar, y ahora...

Anonymous said...

Anteayer, cuando volvía del cine a casa, más o menos a las 12.15 de la noche, tuve esa misma sensación. El recorrido era corto y habitual: desde Plaza España hasta Puerta de Toledo, por delante del Palacio Real y la Almudena... Era increible ver hasta más allá del Puente de Segovia que no había absolutamente nadie, ni tampoco ningún coche. Sólo algunas luces de las farolas y, sobre todo, una niebla espesa que hacía la luz todavía más especial... Para mí, ni siquiera hacía frío...

Miguel B. Núñez said...

A tí lo que te pasa es que te mola Charlton Heston!

Anonymous said...

a mi me mola eso tambien, por muy jodido que te encuentres, ya sea que llegas de trabajar, de dormir en donde no debes o algo asi, siempre reconforta.... y si hay niebla y tal mucho mas entretenido

pasame la peli que la tengo que terminarrr

Raquel Márquez said...

Sí, justo esos momentos de vuelta a casa a las mil (ya sea aún de noche o ya por la mañana) han sido mis mejores momentos de soledad. Estar en casa con un libro o escuchando música siempre es estar unido a algo, arropado por algo, pero estar en la calle vacía con el cuerpo despierto (por el cansancio, por el alcohol), esa sensación de poder y de libertad es una soledad total, uno está muy consciente de su soledad y a la vez puede dejarse llevar por el mundo... Uff, Mario, hay que emborracharse mucho y bailar un mes de éstos y luego nos separamos a las cuatro de la mañana ¡y a caminar!